La quebrada La Picacha está convertida en sitio de placer de habitantes de calle. Así lo cuentan varios vecinos del barrio Conquistadores. Uno de ellos, señalando las losas de la canalización, cuenta: “En la noche, y a veces en el día, contratan a unas mujeres, también habitantes de calle, y hacen el amor ahí. Yo que vivo al frente me doy cuenta de esto”.
Basta dar un paseo por las riberas para comprobar las quejas de los vecinos. Las zonas verdes están cubiertas de plástico y desperdicios desechables. El olor del agua es desagradable, mezcla de excrementos humanos y detergentes. En ese ambiente insalubre se mueven varias personas a sus anchas.
La quebrada se convirtió, especialmente después de la pandemia, en refugio de habitantes de calle que pasaron desde el Centro tratando de expandir sus fronteras. La ventaja para ellos, dicen los mismos vecinos, es que en Conquistadores han sido amplios con las propinas, pues mucha gente se mueve con la lástima.
Varios habitantes del barrio culpan a Parques del Río, que unió a Conquistadores con el Centro, de la “migración”. Pero no es un hecho que se pueda aislar, sino más bien un problema de ciudad que tiene raíces muy profundas que no han sido resueltas.
Lo cierto es que la “migración” es evidente. Sobre la quebrada hay un puente peatonal cuyas bases han sido socavadas. Alguien, con paciencia, sacó la tierra que estaba bajo los soportes y armó una especie de apartamento. Es una casa muy pequeña, bajo un puente, forrada con tablones y cartones que hacen las veces de cortinas.
Los alrededores de la “casa” son de tierra y sobre el suelo hay limones partidos a la mitad. Adentro vive un hombre que ha salido, pero seguro volverá a ese pedazo de tierra que es su hogar. La Alcaldía de Medellín, según una respuesta de la Secretaría de Inclusión Social, está atenta a esta “migración” de los habitantes de calle a Conquistadores, en particular a las riberas de la Picacha.
La alcaldía asegura que hace tres recorridos a la semana para detallar la situación. Según sus análisis, hay entre ocho y diez personas que viven en la canalización de la quebrada, o que se mantienen allí. Hay dos cambuches levantados de manera permanente. Uno de ellos es el mencionado debajo del puente.
La Alcaldía reconoce que en la canalización ha aumentado la población y que por ello el asunto se ha trasladado a comités locales de convivencia, sin embargo, también se queja de que la presencia de la Policía no es suficiente.
Pero lo más grave son los dos cambuches mencionados. Estos no se pueden desmontar, sino que son espacios adecuados debajo de los puentes. Hay otro en el que vive un hombre. Estas personas duermen junto a las aguas que pueden crecerse con una lluvia y arrastrarlas.
Y ese no es el único peligro. La persona del otro cambuche, el que está bajo los soportes del río, funde cobre en las noches junto a un tubo de gas que pasa por ahí. Cuentan los vecinos que estas quemas ya resultaron en un conato de incendio que por fortuna no pasó a mayores.
Los cambuches están acondicionados para una vida casi subterránea, hasta con cortinas y cama.
Problemas de convivencia
La presencia de habitantes de calle ha traído líos en el barrio. A una persona que intentó tomarles una foto le reventaron una botella en la mano y a otro le dijeron que lo iban a “matar y picar”.
En fotos compartidas por la comunidad se ven hombres andrajosos que entran a las casas desocupadas a robarse lo que pueden. Se entran por los techos y se meten a los patios, así lo hacen en una casa que está en extinción de dominio. Si se les dice algo, generalmente responden con improperios y violencia.
Bibiana Pezzotti tiene un vivero en la calle 38, a una cuadra de Parques del Río. A su negocio le han robado las cámaras de vigilancia una y otra vez. Sabe que son los habitantes de calle: “Cada día nos roban hasta el tarro en que le echamos agua a los pájaros. Tenemos que mantener el negocio cerrado para que no se entren. Hace seis meses o un año que esto se desbordó”.
Las personas que habitan la calle, por lo general, tienen problemas de convivencia y drogadicción y, por alguna razón, terminaron resignándolo a todo. La intención de esta nota no es estigmatizarlos, sino llamar la atención sobre un problema de la ciudad que tiene muchas aristas.