A más de 333 kilómetros del océano más cercano, pero apenas a unos pasos de la avenida La Playa de Medellín, se encuentra un diminuto espacio que en el último medio siglo se ha consolidado como un pedacito del mar en pleno corazón de la capital antioqueña.
La cevichería Miramar es un pequeño negocio ubicado en la Plazuela Nutibara, que deja ver un colorido surtido de productos de mar entre los gritos de los vendedores de bodegas de jeans aledañas, y que sorprende al desprevenido transeúnte que baja las escaleras del extremo norte de la estación Parque Berrío del metro.
Preparaciones de mar en tierra de ríos
Carlos Mario Hernández Correa es el actual administrador de Ostras Miramar SAS, el nombre comercial del establecimiento. Él es parte de la segunda generación de dueños. En su oficina, a unas cuadras del negocio, cuenta los orígenes de la empresa. Al fondo suena Joe Arroyo cantando El caminante, mientras que voceadores con acento venezolano jalonan clientes en la calle Boyacá. Más caribeño el asunto, imposible.
Carlos comentó que la venta de mariscos y ostras en el punto data de 1968 cuando, combinadas con jugo de naranja o salsa de tomate y cebolla, eran moda en la ciudad.
“Después de eso, en ese mismo local montaron una joyería (de relojes) y luego una cigarrería. Ya en julio de 1974 mi padre Rubén Hernández y su socio William Sucerquia montaron Miramar y vendían las ostras a $7 pesos. Y desde eso estamos en el mismo punto”, anotó el administrador con su rápida y enérgica voz.
Desde joven Carlos estuvo metido en los asuntos de Miramar ayudando a su padre. De hecho, hay algunas fotos viejas de archivo de periódico en las que se le ve en plena faena. Por eso, con autoridad en el asunto, contó que en esas épocas la que mandaba la parada era la ostra en vez del camarón, situación opuesta a la que ocurre hoy.
Gracias a eso, en la ciudad hubo cierto auge por este fruto de mar. Por ejemplo, en el Parque de Bolívar estaba la Ostrería Marbella, y cerca del Hotel Nutibara quedaban muy cerca otras dos: El Paraíso de la Ostra y Fuentemar.
“En ese entonces se vendían las ostras en diferentes sabores, incluso con vino Cherry o hasta con un trago de martini. También eran populares con jugo de limón,brandy y leche o con sabajón. El camarón no pegaba porque era más costoso, más pequeño y no era muy atractivo para nuestro público, que es principalmente de estratos medios”, añadió.
Hay una pregunta obligada y es la de cómo hizo para “pelechar” un negocio de frutos de mar en una época en la que en la ciudad estos no eran populares y solo gozaban de cierto repunte en Semana Santa.
Según Hernández, el negocio siempre fue un éxito desde el principio por dos asuntos. El primero, por la estratégica ubicación, también casi al frente de edificios clave como la antigua gobernación (hoy el Palacio de la Cultura). Eran las épocas en las que se servían en una sola tanda hasta 16 copas aguardienteras con su porción de ostras que los clientes degustaban para luego seguir de largo.
“Y la otra raíz del éxito es que en ese tiempo nuestro público principal eran los mayores de 50 años porque la ostra ha tenido una connotación de ser afrodisíaca. Eso sí, la ostra es un superalimento que trae mucho hierro, calcio y fósforo, pero también tiene esa fama y eso atraía clientes. De vez en cuando venía gente joven que decía que se casaba a los ocho días y que era mejor comer ostras desde antes para estar listo para la luna de miel. Y bueno, acá los atendíamos”, recordó Carlos entre risas.
A raíz del éxito de las ostras y de la lejanía de Medellín con el mar, tocaba traerlas en avión en esa época, asunto que se mantiene hasta hoy. ¿Por qué en avión? Porque en los carros de la época era muy difícil, ya que en ese entonces no eran tan populares los volcos refrigerados. Además, si la ostra se zarandea mucho, el agua en la que reposa se vuelve blancuzca. Según el administrador, eran épocas en la que estos alimentos se traían desde Barranquilla, Cartagena y Santa Marta en un puente aéreo que, día por medio, llegaba al Olaya.
“Mi papá y William se consiguieron varios distribuidores de ostras allá mismo, que luego heredamos. Por ejemplo, en Santa Marta estaba doña Diomida Varela; en Barranquilla, Jesús Jiménez; y en Cartagena tenemos a Walter Batista. O a veces tocaba viajar a Buenaventura y Guapi a buscar los camarones y eso allá era tipo subasta. ¡El que primero llegara, o pagara más, mijo! Una vez nos tocó traernos 250 kilos de camarón conservados en sal marina desde el Pacífico hasta Medellín. ¡En un jeep Willis! Llegamos como a la 1:00 a. m.”, recordó.
“Los jugos ‘pararon’ el negocio”
Podría decirse que Miramar es un negocio exitoso a raíz del flujo constante de visitantes. Luego de hacer el pedido, las expertas manos de preparadores como Yessica Rodríguez, Merly Verona, Leodib Verona o Rubén Gómez traen en minutos la sabrosura del mar a las manos del ávido comensal.
Sin embargo, no siempre fue así. Como una barca pesquera que resiste los embates de fuertes tormentas, Miramar ha logrado atestiguar, pero también sobrevivir a tantos sucesos.
Un golpe importante fue la inauguración de la sede administrativa de La Alpujarra, que se llevó a tantos clientes que venían de la vieja gobernación. Otro “guarapazo” fueron los embates de la guerra de los narcos contra el Estado en cabeza del infame Pablo Escobar, que ante la amenaza de cualquier carrobomba paralizaba el comercio de la ciudad a su antojo.
Otro asunto no menor fue la llegada del metro a la zona que si bien no afectó directamente a Miramar, sí a la alianza Hernández–Sucerquia, toda vez que de tres negocios que había en la zona a nombre de estos inversionistas, el ensanche se llevó dos: las pesqueras Palacio y La Gran Sirena, que aparte de ostras también vendían pescado congelado.
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“Sin embargo, el punto más duro fueron los casi ocho meses que duró la epidemia de cólera que hubo en el país por allá a inicios de los 90. Eso casi nos tumba el negocio porque en el cerco que hicieron descubrieron que había productos de mar contaminados y por eso no se podían vender. Esa época la sobrevivimos a punta de jugos ‘afrodisíacos’, como los de chontaduro y borojó. Mejor dicho, esos jugos nos ‘pararon’ el negocio en esa época tan dura”, comentó.
Según Hernández, a raíz de esta grave crisis sanitaria, la ostra y el camarón ya solo se pueden comprar de cultivo y por eso los segundos ya vienen de países como Perú y Ecuador a raíz de su calidad y prestaciones frente al criollo.
Cabe destacar que de cada crisis parece que Miramar sale fortalecida, pues luego de haber logrado resurgir con los jugos, siguió innovando hasta ahora integrar en sus productos vitaminas de otros países como el asiático ginseng. Además, el auge que está tomando el centro como sitio turístico también ha puesto a Miramar como una parada obligada para los turistas que arriman a la Plaza de Botero.
A esto hay que sumar el cambio generacional de clientes, quienes ya no son tantos “canosos” que van buscando los “elixires” para disfrutar de una noche de pasión, sino jóvenes que solo quieren disfrutar de un plato o un jugo exótico que vieron en redes sociales.
“Tratamos de innovar siempre. Le metemos el hombro a inventos como malteadas con ostras o con borojó. Porque si uno se queda vendiendo lo mismo, se jode. ¿Usted se imagina si solo vendiéramos ostras cuando hoy en día lo que pega es el camarón así valga más? Yo creo que hay Miramar para rato, con la ayuda de Dios así los productos más saludables sean más difíciles de conseguir y así el precio de las cosas vaya en contra de uno. Acá estaremos hasta donde aguantemos”, dijo Hernández.