¡Qué vuelva el teatro Subterráneo! claman los nostálgicos, los que convirtieron el cine de alto vuelo en cita religiosa semanal, los que disfrutaron de ese escondite con perfección acústica, adelantado en su época, un lugar que tuvo la Medellín de los 80 y que le sentaría muy bien a la Medellín actual.
¿Tuvo Medellín un teatro subterráneo? Preguntan los centennials. Lo tuvo. Y para que existiera hizo falta que los ejecutivos de Suramericana de Seguros desoyeran los consejos razonables, los que les advertían el peor de los negocios, y compraran a mediados del siglo XX unos 64.000 metros cuadrados de tierra cenagosa, al otro lado del río, más allá del puente de Colombia.
Hizo falta que allí construyeran un edificio en forma de cubo y desafiaran el terreno cenagoso con un sótano enorme que no obstante más de una vez sucumbió ante la memoria de las quebradas La Hueso y La Iguaná.
Y también hizo falta el fracaso de Cine Colombia a mediados de los 70 que no logró pegar el cine de cartelera comercial en ese refugio frío, y la obsesión de Jorge Farberoff y Francisco Espinal, Pacholo, a quienes se les metió entre ceja y ceja llevar lo mejor del cine de la época, las propuestas que elevaron al cine a la categoría de arte, a la mayor cantidad de gente posible. Por eso trastearon la Cinemateca El Subterráneo de un sótano en El Poblado al teatro Suramericana en 1982.
Juan Camilo Álvarez llegó con sus papás y hermana en 1971 a un barrio que apenas nacía: Carlos E. Restrepo. De las tardes en el teatro subterráneo recuerda los besos furtivos a la novia de turno, las películas de Fellini y Bergman y la sensación de que habitaba un barrio que cabía en cualquier parte del mundo, con esa plazoleta en la que los niños jugaban a esconderse entre bambús, donde cualquier día, a unos pasos de la casa y al bajar al sótano del Suramericana era posible encontrar una película memorable o un concierto de música clásica. “En Medellín desde hace 15 o 20 años escucha uno a alcaldes y funcionarios hablar de formación de públicos en el que acercan al ciudadano de a pie, el clase media, a la oferta artística y cultural. Pero eso ya lo hacían aquí desde hace 40 años con un espacio que convocaba a gente de toda la ciudad”, apunta Juan Carlos.
Pero el idilio llegó a su fin en 1989. Una salida temporal del teatro para reparar los daños de una inundación se convirtió en permanente. El Subterráneo erró por el Porfirio Barba Jacob y luego en una vieja casona en Envigado. Allí pasó sus últimos días.
Hace unos días la nostalgia se volvió una petición en redes sociales. El exdirector del Área Metropolitana, Mauricio Facio Lince, y decenas de personas que tuvieron la oportunidad de disfrutar de este espacio le propusieron al Grupo Sura y a Comfenalco abrir nuevamente el Teatro Subterráneo y recuperar el primer piso del edificio Camacol, un paso inicial para edificar allí un equipamiento cultural que no abunda en la ciudad.
En días recientes, mientras servía de guía y anfitrión a un grupo de turistas en Plaza Botero, un extranjero que vino, se amañó y prescindió del tiquete de regreso, reconocía que a pesar de la atractiva y generosa oferta de entretenimiento que tiene Medellín, llena de bares y rooftops por doquier, la ciudad adolece de una oferta cultural rica, diversa.
El panorama no está muy alejado de ese lamento. Los teatros de la ciudad arrastran números en rojo desde hace varios años y hacen maromas para mantenerse a flote. De paso, la extinción de los espacios diferentes empuja a la ciudadanía a consumir experiencias homogéneas. La mitad de los ciudadanos en Medellín reconoce que no participa de ninguna actividad en la agenda cultural, según Medellín Cómo Vamos.
Recuperar todos esos lugares que ayudaron a construir ciudad debería ser, dicen Juan Camilo y todos los que añoran recuperar el teatro Subterráneo, un proyecto prioritario, una exigencia de la ciudadanía.