Por Juan Diego Ortiz Jiménez
Enviado especial a Cúcuta
Un enjambre de “trocheros” corre a ambos lados de cualquier taxi que se aproxime al puente internacional Simón Bolívar, uno de los tres pasos fronterizos entre Colombia y Venezuela en Norte de Santander. Mientras los carros disminuyen la velocidad, los muchachos –en chanclas o en crocs– palmotean los vidrios y gritan agitados ofertando la guía por uno de los pasos clandestinos que cruzan el río Táchira hasta la terminal de San Antonio. Están abiertos tres que esconden en sus nombres el riesgo que representan: La Pampa, La Platanera o El Palmar.
“Esto es caliente por acá, pero no se asusten”, dice el taxista que nos transporta, mientras baja el vidrio y les aclara a los promotores, que no paran de correr, que no lleva clientes para sus planes.
Es que pese al retiro el lunes de dos de los tres contenedores que mantienen bloqueado el puente internacional desde hace 20 meses, y a la expectativa porque al fin se normalice el paso fronterizo, cerrado para vehículos desde agosto de 2015 por orden del régimen de Nicolás Maduro, el paisaje poco se alteró en ese árido paraje conocido como La Parada, donde el termómetro marcó este martes 33 grados después del mediodía.
Los viajeros siguieron cruzando a cuentagotas, sin filas, pero con la vida y el equipaje a cuestas. Elvia Peralta madrugó para atravesar el puente después de ilusionarse viendo por televisión cómo quitaban los contenedores que fueron puestos cuando el líder opositor Juan Guaidó intentó ingresar con una caravana de ayudas humanitarias, en febrero de 2019.
Y como temprano no habían abierto del lado venezolano, Elvia se fue por las trochas y llegó a Villa del Rosario para comprar los repuestos para un carro varado. De regreso, en la tarde, intentó entrar, pero la guardia bolivariana la devolvió: “No estoy en la lista de preferenciales (casos médicos o estudiantes) y, por eso, no puedo ingresar por el puente. Es mentira lo que dijeron, me toca devolverme por la trocha. Es tedioso, te vas a encontrar con personas que ponen trancas y, cuando los ríos están crecidos, toca jugársela”.
Cuenta que los muchachos piden una “colaboración” y ella les da monedas de 200 o 500 pesos, pero la tarifa se dispara cuando se lleva mercancía y toca pagar entre 20.000 y 50.000 pesos, según el tamaño de los paquetes.
Lo cierto es que el cierre prolongado de la frontera dejó a las trochas como la única alternativa para pasar de un país a otro, lo que generó una economía ilegal que se disputan la banda del ‘Tren de Aragua’ con el Eln, ‘los Rastrojos’ y las disidencias de las Farc. La apertura plena sería un golpe a esta renta de los ilegales.
Eso, sumado a que aún no se ha oficializado fecha para que la frontera del lado venezolano se abra, hace que los viajeros no se ilusionen. El escepticismo aumenta porque este tipo de hechos que dan titulares e ilusión en la frontera, cuentan en La Parada, son estrategia de Maduro para ganar adeptos antes de alguna elección y en noviembre se celebran comicios regionales.
“No creo que vayan a abrir todavía, hay que pagar cuatro alcabalas para uno pasar. Ir por La Pampa es muy duro, lo dejan caer a uno. Que se abra el puente porque estamos fregados”, narra Gladys Méndez, con un paquete de pañales en las manos que vino a comprarle a su abuela enferma.