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12 horas en la frontera con la Franja de Gaza: así es como se vive en una “rutina de emergencia”

El día en que EL COLOMBIANO recorrió esta tensa región del Medio Oriente se dispararon 12 misiles.

  • La Franja de Gaza mide 325 kilómetros cuadrados y la habitan 2,3 millones de personas. En la frontera Israel tiene refugios antimisiles. FOTOS Getty y Daniel Valero
    La Franja de Gaza mide 325 kilómetros cuadrados y la habitan 2,3 millones de personas. En la frontera Israel tiene refugios antimisiles. FOTOS Getty y Daniel Valero
  • Los pasos fronterizos son administrados por personal con formación militar para frenar el paso de mercancía que termina convirtiéndose en la base de armas para el grupo terrorista Hamás. FOTO: Daniel Valero
    Los pasos fronterizos son administrados por personal con formación militar para frenar el paso de mercancía que termina convirtiéndose en la base de armas para el grupo terrorista Hamás. FOTO: Daniel Valero
13 de febrero de 2023
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“Aquí siempre se vive en emergencia o en rutina de emergencia”. Así, sin puntos medios, se pasan los días en las poblaciones israelíes pegadas a la Franja de Gaza, esa región sur del Estado judío que cada tanto –a veces diariamente– es azotada por misiles que el grupo Hamás, el cual está incluido en la lista estadounidense de terroristas, dispara desde sus trincheras en el enclave palestino.

Quien pronuncia la frase es la doctora Shuli Rajum, una mujer que lleva más de 20 años haciendo trabajos de empoderamiento social y acompañamiento sicológico a los habitantes de Sderot, una población de no más de 30.000 habitantes ubicada a menos de dos kilómetros de Gaza y que las 24 horas del día está en la obligación de mantener la guardia arriba.

Solo para hacerse una idea de cómo es esa “rutina de emergencia” en la que aquí se vive basta un dato. Durante la tarde del jueves 2 de febrero se reportaron 12 misiles disparados desde la Franja, uno de los cuales impactó sobre terrenos rurales. No hubo muertos, pero en medio de la tensión resultó herida una mujer de 50 años que se resbaló mientras corría hacia un refugio.

Cuando EL COLOMBIANO recorrió la zona tanto las autoridades como sus habitantes le explicaron que las alarmas que suenan con fuerza cada vez que hay un disparo desde Gaza es señal de que los ciudadanos solo tienen 15 segundos para llegar hacia el refugio más cercano. Se trata de estructuras de hierro ubicadas en lugares públicos, como paraderos de buses, o cuartos de seguridad que tiene cada vivienda israelí por cuenta de una ley que los hace obligatorios desde 1991.

¿Cuánto tiempo se debe permanecer en esos sitios después del disparo de los misiles? Depende, porque la llamada Cúpula de Hierro –un escudo antiaéreo israelí de alta tecnología capaz de derribar esos artefactos– intercepta los proyectiles de largo alcance, pero los residuos pueden caer sobre cualquier transeúnte o vivienda.

“A veces los padres se sienten culpables por haber traído a sus hijos a esta ciudad, que es atacada constantemente”, agrega Rajum.

Y son esas situaciones cotidianas las que hacen de Sderot una ciudad en la que los cuadros de estrés postraumático son permanentes, especialmente en los niños. Algunas personas, incluso, perciben la alarma (que se acompaña de una voz en hebreo que dice “alerta roja”) como el enemigo que los asusta. Eso sí, van a sus colegios, a sus trabajos y hay campañas para que más israelíes se trasladen a vivir a esta población a cambio de beneficios tributarios o educativos. Pero no es fácil.

Alerta roja. Se detectó lanzamiento desde la Franja de Gaza. Hay alerta por misiles desde distintos puntos. El Ejército está respondiendo”, decía el mensaje que recibieron en sus celulares los ciudadanos de Sderot 15 minutos después de que un grupo de periodistas que recorría la zona había salido hacia otra ciudad cercana. Esto pasó sobre las 5 de la tarde (9 de la mañana en Colombia) de ese 2 de febrero.

Ese mismo jueves, en la noche, Israel bombardeó territorio del enclave palestino en una zona en la que, según sus servicios de inteligencia, se detectó un lugar de producción y almacenamiento de armas de Hamás. “Cualquier disparo contra el Estado de Israel o cualquier intento de dañar la vida de sus residentes se enfrenta con fuerza”, dijo ese día el Ejército. Este toma y dame es parte de esa “rutina de emergencia” en la que se vive en la frontera con la Franja de Gaza.

Y aunque del otro lado de la frontera es poca la información creíble que llega, la situación no parece muy distinta. Allí, en 325 kilómetros cuadrados de los que Israel salió definitivamente en 2005, viven 2,3 millones de personas, lo que la convierte en una de las zonas más pobladas de la tierra.

Además, la mitad de esas personas son menores de 18 años y las condiciones de vida son, en su mayoría, de pobreza. De ahí que la formación académica que reciben sea fundamentalista y tenga como consigna, de acuerdo con el relato israelí, acabar con el Estado judío. Pero a esto, como a gran parte de las historias de conflicto, le falta una parte que no es sencilla de obtener.

La razón es que el señalado grupo terrorista Hamás, responsable de los ataques con misiles y drones suicidas, le quitó a sangre y fuego –en 2007– el poder a la Autoridad Palestina (con la que Israel tiene unas tibias relaciones) y ahora son unas 30.000 personas armadas y violentas las que gobiernan la Franja de Gaza.

Por eso es que puntos fronterizos como Kerem Shalom, por donde pasan anualmente unas 150.000 tractomulas entre Gaza e Israel, son administrados por personal con formación militar. De hecho, quien lo lidera, un exoficial que solo se presenta como Ami, advierte que su interés no es asfixiar al enclave, sino frenar el paso de mercancía contaminada con productos que se terminan volviendo la base de armas para Hamás.

Los pasos fronterizos son administrados por personal con formación militar para frenar el paso de mercancía que termina convirtiéndose en la base de armas para el grupo terrorista Hamás. FOTO: Daniel Valero
Los pasos fronterizos son administrados por personal con formación militar para frenar el paso de mercancía que termina convirtiéndose en la base de armas para el grupo terrorista Hamás. FOTO: Daniel Valero

Y lo dice mientras muestra pantuflas de peluche con botas militares camufladas, tacones con balas y, entre otras cosas, rollos de papel de cocina con metales escondidos que sirven para fabricar proyectiles de todo tipo.

“Solo quien tiene que ver mi lado malo y el de Israel lo va a ver”, agrega Ami mientras posa su mano derecha en una pistola automática que tiene entre su cintura y un desgastado jean azul. Y lanza esta afirmación porque recuerda que vivió junto a otros 8.000 judíos hasta antes de 2005, en lo que hoy es la Franja, y en ese entonces conoció “gente buena”.

Además, con cierto tono desafiante, asegura que a su hijo le “volaron una pierna en la guerra”, pero que eso no es motivo para evitar que un pueblo mayoritariamente pacífico prospere. El problema, ratifica, “es que del otro lado gobierna el terrorismo de Hamás”.

Ami es quien se encarga de que en este paso funcionen los 14 puntos de revisión por donde tiene que pasar todo camión. La rutina es que desembarca su mercancía, un grupo de uniformados y perros la revisa y, si está limpia, se embarca en otro vehículo de carga que la lleva a su destino final, ya sea Gaza o Israel. Nunca un solo carro o un mismo conductor hace todo el trayecto.

Pero este punto también tiene la particularidad de que es fronterizo con la parte de Egipto en la que hay comandos de Isis, otros terroristas con fundamentalismo islámico que se esconden en el desierto del Sinaí. Y, según Ami, desde ambos lados los han atacado, hasta ahora sin suerte: “Esto ha hecho que tengamos tanques y tubería subterránea para pasar la gasolina, porque una sola bala de cualquiera de ellos podría hacer volar todo”.

Para completar el cuadro, en esta zona –además– hay poblaciones que se conocen como kibutz, una especie granjas en las que las familias que las habitan generalmente viven de la agricultura y se dividen tanto el trabajo como las ganancias. Un modelo socialista con alta carga de capitalismo, porque saben que si no llega el dinero su subsistencia sería nula.

A estos poblados, al igual que a la ciudad de Sderot, les dan hasta 15 segundos para llegar a los refugios cuando hay alertas de misiles, por lo que su vida diaria es también una constante tensión. Y aunque son conscientes de que los 20.000 habitantes de Gaza que diariamente pasan a trabajar en Israel –el sueldo de un empleado de la construcción en territorio judío equivale al de un oficial de alto rango en la Franja– son personas que demuestran que allá también quieren la paz, cada vez que suena la alarma por un ataque aéreo el miedo los abraza.

Aquí, junto al enclave palestino que gobierna un grupo terrorista y que –según proyecciones judías podría llegar a los 5 millones de habitantes en 2050–, la vida transcurre en constante guardia. Un segundo puede significar el futuro, pero su formación social, política y familiar los hace sentir seguros de que esos territorios son su hogar y no tienen por qué abandonarlos. El lío es que del otro lado piensan lo mismo y el radicalismo frena los intentos de paz. Y esto no tiene pinta de cambiar pronto.

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