Las elecciones de ayer en Israel eran una prueba para el primer ministro Benjamin Netanyahu, quien se estaba jugando nada más que su continuidad en el poder después de estar en este cargo durante cuatro mandatos, los tres últimos en un periodo consecutivo que ajusta 10 años y nueve días.
En su discurso, tras derrotar a Beni Gantz, líder de la coalición Azul y Blanco, aseguró que “es difícil comprender la magnitud de esta victoria, considerando que nos enfrentamos al sesgo negativo de los medios”.
Él ya había sido jefe de gobierno entre junio de 1996 y julio de 1999, durante tres años y 18 días, cuando le entregó el poder a Ehud Barak. La suma de estos cinco periodos significan 13 años como primer ministro, lo que le atribuye el récord de longevidad en el poder de un Estado que fue creado hace tan solo siete décadas.
Israel es un país de tradición militarista. Quienes han llevado las riendas de la que se considera la única democracia de Medio Oriente tienen en común un pasado en las Fuerzas de Defensa de Israel y en su mandato enfrentan el desafío de la seguridad internacional en un territorio rodeado de naciones en guerra.
Netanyahu no es la excepción. Se unió a las Fuerzas de Defensa en la guerra de los Seis Días de 1967 y se convirtió en jefe de una unidad de fuerzas especiales Sayeret Matkal, coordinó operativos militares y en su hombro lleva la cicatriz de un disparo que recibió en la Operación Isótopo, el rescate del Vuelo 571 de Sabena.
Es más, desde la formación del Estado de Israel en mayo de 1948 la seguridad es la tarea principal de sus mandatarios, destinados a enfrentar un contexto adverso: una Palestina que reclama el territorio –que considera como propio–, Irak, Siria y en su momento Líbano en conflicto.
De tendencia militar
Juan David Escobar, director del Centro de Pensamiento Estratégico de la U. Eafit, explica que la formación del Estado de Israel está asociada a ámbito de confrontación y de enemigos. “Los militares son la figura obvia para manejar el país, gobiernan en estado de guerra. Los políticos son militares y de ahí esa tradición de que el que es presidente ha participado en el Ejército”.
Un ejemplo son los enfrentamientos en la Franja de Gaza que se desarrollan cada semana entre palestinos y el Ejército israelí, que van desde explosivos de corto alcance hasta cohetes.
Esta comunidad es la más inconforme con el triunfo de Netanyahu debido a que su política respecto al conflicto palestino-israelí es de confrontación, mientras que Gantz se perfilaba más cercano al diálogo. “Los israelíes votaron para mantener el statu quo. Dijeron ‘no’ a la paz y ‘sí’ a la ocupación”, dijo Saeb Erekat, líder palestino.
Aunque el excomediante de la coalición Azul y Blanco hubiese resultado ganador, no se perfilaba un cambio trascendental. Juan Carlos Herrera, profesor de Geopolítica de la U. de Medellín, explica que ambos tenían una vocación militarista, “se niegan a conocer la existencia del Estado de Palestina, tienen una política de sometimiento de la hegemonía regional y mantendrían la hostilidad hacia Irán o Siria”.
Pero esta elección tiene una particularidad: Netanyahu ganó a pesar de estar señalado de corrupción.