Al grito de “¡insurrección!”, cientos de personas llenaron el pasado fin de semana las calles de San Salvador, en una movilización ciudadana que no solo representó una muestra más de apoyo al presidente de El Salvador, Nayib Bukele, y por ende un termómetro de su popularidad, sino que atizó el fuego de la agitación política que tiene sumido al país en días de tensión.
Las causas se remontan al pasado 10 de febrero, cuando Bukele irrumpió en la Asamblea Legislativa rodeado de militares armados, para exigir a los diputados la aprobación de un préstamo de 109 millones de dólares que se invertirían en recursos de seguridad.
En aquella oportunidad y ante la negativa del Legislativo, el presidente llamó en un primer momento a un levantamiento popular, pero después juntó las manos a la altura de su rostro en actitud de oración y aseguró haber recibido un mensaje divino: “Tener paciencia”.
Y paciencia fue lo que menos demostraron los salvadoreños que colmaron las vías de la capital, convocados a través de redes sociales por figuras como el exdiputado Walter Araújo, quien expresó durante las marchas que “estamos en un proceso insurreccional y eso no es delito, ese es un artículo de la Constitución”, justo antes de amenazar con tomarse el recinto en el que se reúne la plenaria de legisladores.
El ambiente crispado motivó una declaración del embajador de Estados Unidos en El Salvador, Ronald Johnson, quien pidió calma y advirtió que “cualquier acto o llamado a violencia o destrucción de propiedad por la multitud frente a la Asamblea Legislativa dañaría al país. Le podría costar empleos y destruir el potencial de crecimiento económico”.