George H. W. Bush, el presidente de Estados Unidos durante el ocaso de la Guerra Fría (1989-1993) y el último mandatario en ese país que combatió en la Segunda Guerra Mundial, murió en la noche del viernes a los 94 años, afectado por el parkinson. Su hijo, el también expresidente George W. Bush (2001-2009) anunció el deceso a través de un comunicado.
Bush padre, como se le conocía para diferenciarlo de su hijo, dejó un legado vinculado a la defensa de los valores de Estados Unidos y al arquetipo de político norteamericano. Durante su juventud, cumplía requisitos para pasar a la historia: era atractivo, atlético, ambicioso y militar. Muy joven comenzó sus estudios en la Academia Militar de Phillips, en Andover, antes de ingresar a las Fuerzas Militares a los 18 años.
Los historiadores Michael Beschloss y Hugh Sidey cuentan que, como piloto de aviones, Bush completó 58 misiones durante la Segunda Guerra Mundial. Por sobrevivir a un ataque de la Armada Japonesa en el Pacífico recibió una de las máximas distinciones castrenses: el reconocimiento Flying Cross por la “valentía en acción”.
Después, estudió en la prestigiosa Universidad de Yale, donde además capitaneó el equipo de baloncesto. En 1948 se mudó para Texas a promover el negocio petrolero de su familia, con el cual se hizo millonario y famoso. Ganó tanto músculo político entre los conservadores, que pronto ofició como representante a la Cámara, como embajador de EE. UU. ante las Naciones Unidas, presidente del Comité Nacional Republicano, director de la CIA y diplomático en Asia.
En 1980 intentó ganar la nominación presidencial republicana, pero poco pudo hacer ante el fenómeno mediático que representó Ronald Reagan. Sin embargo, se presentó ocho años más tarde y esa vez llegó a la Casa Blanca.
Un legado amenazado
Bush padre es el más reciente presidente de Estados Unidos que no fue reelegido. El historiador chicano Robert V. Remini resalta que su presidencia fue aceptable en política exterior, pero deficiente a nivel doméstico. Y es que el mandatario heredó un país en el que el déficit público se había triplicado en apenas diez años y que pasó una pequeña recesión. Esto lo llevó a traicionar su promesa de campaña de no subir impuestos y le arrebató la reelección en 1993 frente a Bill Clinton.
De cara al mundo, en cambio, Bush tuvo varios éxitos. Se encontró con un globo cambiante, testigo la caída del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría y la Unión Soviética. Recuerda Remini la promesa más importante de Bush en su discurso de posesión: “Hacer de EE. UU. una nación más amable y gentil”, después de tantos años de guerra. Tomó decisiones en esa dirección, como el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas que firmó con el líder ruso Mijaíl Gorvachov en 1991 y sirvió para la desnuclearización del mundo.
Sin embargo, también demostró la influencia militar de Estados Unidos, con decisiones como el envío de tropas a Panamá para capturar al dictador Manuel Noriega, acusado de narcotráfico. Después procedió a sacar las tropas iraquíes de la frontera con Kuwait, cuya invasión había sido liderada por el dictador Saddam Hussein, “ansioso por proteger el acceso al petróleo del Medio Oriente”, recuerda Remini.
Como explica el profesor en política internacional de la American University of Washington, Emilio Viano, Bush padre “ayudó a establecer la idea de continuidad de la hegemonía estadounidense”. Esta, si bien sigue vigente en el discurso del actual presidente, el también republicano Donald Trump, ha cambiado sustancialmente con decisiones como la renegociación del tratado comercial con México y Canadá y la salida del pacto nuclear con Rusia.
Por esta razón, para David Castrillón, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Externado, Bush será recordado como el presidente que logró “un mundo abierto para Estados Unidos” y que al final de su vida vio a su país encerrarse en sí mismo en la búsqueda incierta de ser “grande otra vez”