Tras una ardua carrera partidista anunciada desde hace un año e iniciada desde febrero, ya están definidos los nombres que disputarán en noviembre su llegada a la Presidencia de Estados Unidos para los próximos cuatro años: Donald Trump y Hillary Clinton. Pero aún, tras todos estos meses, ni el republicano ni la demócrata tienen totalmente ganado el pulso para que sus partidos no condicionen sus posturas políticas.
El primero tiene la tarea de hacer que el núcleo del Partido Republicano, que durante meses renegó sobre la posibilidad de que el magnate lo representara en las elecciones presidenciales, se una el 18 de julio en torno su campaña tras el contundente triunfo que tuvo en las primarias.
Clinton, por su parte, no logró que Bernie Sanders suspendiera su aspiración, por lo que aún debe negociar el apoyo de sus votantes y no puede mostrarse muy distante de los sectores más progresistas del Partido Demócrata, pensando en la Convención Nacional de su bancada el 25 de julio.
En la jornada del martes, la exsecretaria de Estado hizo historia al convertirse en la primera mujer que gana las primarias de un partido tradicional de Estados Unidos, con su triunfo en cuatro de los seis estados que celebraban comicios, incluido el más poblado del país, California.
Trump, por su parte, barrió en los cinco estados que realizaban votación republicana — California también—, sin contendores en carrera ni obstáculos más que el partido.