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Los movimientos de Estados Unidos y Rusia ante la aparente amenaza de invasión a Ucrania que tanto ha alegado occidente por estos días, ya parecen una preparación para una guerra en la que las dos potencias se “muestran los dientes a cada instante”, pero no se muerden.
Unos 8.500 soldados del Pentágono están listos para movilizarse a Europa y la OTAN quiere desplegar sus grupos de combate en Polonia, Estonia, Letonia y Lituania. Esos efectivos están en esa zona desde 2017, como respuesta a la anexión rusa a Crimea y Sebastopol de 2014, y para estos días entraron en “estado máximo de alerta”.
España envió dos buques de guerra al Mar Negro, la fragata Blas de Lezo y el cazaminas Meteoro, y está considerando mandar aviones a Bulgaria. Ya en otro polo del mundo, el Pentágono dispuso el portaaviones Harry S. Truman para maniobras militares de la OTAN en el Meditérrano.
Los aliados de occidente - la OTAN, la Unión Europea y la Casa Blanca– mueven sus capacidades militares en los puntos estratégicos de la Alianza Trasatlántica y su oponente, el gobierno de Vladimir Putin, mantiene los ejercicios militares dentro del territorio ruso, pero en la frontera con Ucrania. Sus maniobras se extienden también al Atlántico, el Ártico, el Pacífico y el Mediterráneo, para los que desplegó 140 naves de guerra.
En palabras más sencillas: los países están exhibiendo sus capacidades militares para dejar en evidencia que sí tendrían cómo responder ante un ataque armado.
Las movidas van de lo militar a lo político. Estados Unidos y Reino Unido retiraron parte de su personal diplomático de Ucrania, y Rusia habría hecho lo mismo con su embajada en Kiev, aunque el Kremlin asegura que su personal allí se mantiene intacto.
Cuando un país comienza a retirar personal diplomático de sus embajadas y consulados en otra nación, se entiende que hay un quiebre en las relaciones bilaterales, o que cosideran que ese territorio no es lo suficientemente seguro para su equipo.
De ahí, la suspicacia que se despertó con la movida del personal de los últimos días. ¿La Casa Blanca y Downing Street creen que Ucrania, su aliado, no es un país seguro para sus misiones diplomáticas? De ser así, Rusia sería el motivo de ese aparente riesgo que está viendo occidente para su personal en Kiev.
Las embajadas retiran a su colaboradores no esenciales apenas tres días después de la cumbre del secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, con su par ruso, el canciller Sergev Lavrov, un encuentro esperado por la comunidad internacional que dejó la crisis en la misma situación que antes: un punto casi muerto.
Pero, desde que los países estén hablando, hay una señal de que los canales diplomáticos se mantienen activos. Empero, el problema de fondo es que Estados Unidos y la OTAN no cederán al pliego de peticiones que hace Rusia para dejar las hostilidades por claras cuestiones geopolíticas.
Peticiones encontradas
Vladimir Putin busca que la OTAN no se amplie a más países, mucho menos a sus vecinos y exterritorios soviéticos Georgia y Ucrania, que la alianza se comprometa a no cooperar con las naciones que pertenecieron a la Unión Soviética y que devuelva todas sus fronteras militares a los puntos en los que estaban en 1997.
Putin reclama un imposible que va en contra de la escencia que trazó occidente de ampliar la OTAN a más aliados europeos. En el continente, la Unión Europea también tiene la puerta abierta a que esos países se enrolen en el bloque de los veintisiete.
“Ucrania se convierte en un elemento geopolítico de gran importancia para Europa en particular, pero para el mundo en general”, comenta el profesor de relaciones internacionales de la Universidad Externado, Rafael Piñeros.
Kiev es el punto de la discordia de las potencias en Europa, como en Latinoamérica –en un nivel de menor relevancia– lo son Cuba, Venezuela o Nicaragua: las tres anclas de Moscú en la región en los que podrían provocar a la Casa Blanca, en su hemisferio de influencia, así como Estados Unidos aplica una fórmula semejante en Europa del Este.
“Nuestra mayor presencia en la parte oriental de la Alianza, y en particular en la región del Mar Negro, es en parte para recopilar información, para evaluar la situación muy de cerca, pero también, por supuesto, para ser capaz de responder a cualquier situación que requiera una respuesta de países aliados de la OTAN”, detalló el lunes Jens Stoltenberg, secretario general de la Alianza Trasatlántica.
Stoltenberg defiende que ese despliegue es “limitado” cuando se compara con los activos que Rusia desplazó en las fronteras. Por eso, considera que el riesgo de un conflicto con Rusia sigue siendo “real”.
No obstante, el patrón de invasión de Rusia es entrar al territorio sin previo aviso, y la contingencia actual lleva casi tres meses ocupando titulares en el mundo ante la aparente amenaza de una invasión inminente. Por estas fechas, además, está por cumplirse el octavo aniversario de la invasión de Moscú a los territorios ucranianos de Crimea y Sebastopol, que siguen bajo el poder de grupos prorusos.
Ese suceso despertó el nacionalismo de los jóvenes ucranianos, que viven en un territorio con la población dividida: los adultos nacieron en la Unión Soviética, y los más jóvenes crecieron en un país naciente e independiente que apenas suma tres décadas desde su creación.
Nacionalismo y defensa
“La radicalización no era tan visible hasta 2004. En este contexto, hay movimientos de jóvenes que, más que preocupados por si los van a llamar o no a las Fuerzas Armadas, estarían interesados en defender su país. No es solo el problema del llamado a filas, sino que a veces es difícil controlar un movimiento nacionalista ucraniano”, detalla Jesús Agreda, internacionalista de la Universidad del Rosario quien, además, tiene doble nacionalidad: ucraniana y colombiana.
Las hostilidades de rusas del pasado llevaron a que grupos de civiles formaran milicias nacionalistas armadas.
Para 2018, cuando hubo otra crisis en el mar de Azov, estas se entrenaron con armas y vehículos como si fueran para una guerra. Ucrania ya perdió una parte de su territorio ante la expansión de los anhelos soviéticos de Rusia y su gente parece estar dispuesta a ceder más terreno ante un vecino incómodo.
Mientras las tropas de Ucrania y Rusia caminan entre la nieve, a temperaturas bajo cero, vistiendo pasamontañas, guantes y varias capas de tela sobre para impedir que el frío penetre en su cuerpo, la maratón de reuniones de los poderosos de corbata y bandera en el pecho continúan.
La Casa Blanca sostuvo otra reunión multilateral con sus homólogos de Alemania, Francia, Italia, Polonia y Reino Unido, en la que también estuvieron la Comisión Europea y el Consejo Europeo. Según el mandatario Joe Biden, todos están en la misma posición sobre la crisis en la frontera entre Rusia y Ucrania.
Este último está buscando una cumbre tripartita de Joe Biden, Vladimir Putin y Volodímir Zelenski –el mandatario ucraniano– pero para que los presidentes se sienten en la misma mesa son necesarias diversas gestiones de sus equipos diplomáticos que conversan en una línea con interferencias.
En esa puja de exterritorios soviéticos, con aires de Guerra Fría y de reacomodación del orden geopolítico, hay un par de cuestiones más a tener en cuenta: primero, que las guerras del Siglo XXI serán cibernéticas, no bélicas; segundo, que los presidentes pueden ser impredecibles