El panorama de miseria y desolación que se percibe en las ciudades y en los campos hace reflexionar a algunos sobre la bondad divina y llegan a dudar de la existencia de Dios. Se preguntan:
- Si Él existiera, ¿permitiría tanto sufrimiento injusto como se ve por doquier, sobre todo el de los niños inocentes?
Quienes así piensan olvidan que el destino del hombre no es esta vida pasajera y llena de pesares, sino que tras el peregrinaje por este valle de lágrimas llegarán al fin a la Casa del Padre, en donde serán enjugadas todas las lágrimas, resanadas todas las injusticias y la felicidad será inmensamente grande y eterna. Entonces se verá que los sufrimientos de esta vida no son comparables con la gloria que se manifestará en el cielo.
Ahora bien, con relación a tantas personas que padecen lo indecible y aparentemente Dios no hace nada por ellas, recuerdo que alguien contaba lo siguiente:
- En cierta ocasión un señor vio en la calle una niña mal trajeada, tiritando de frío, con signos de hambre y sumida en una profunda tristeza al verse en un mundo tan hostil.
Entonces airado clamó al Señor:
"¿Cómo es posible que Tú permitas situaciones como ésta? ¿Por qué no haces algo?"
- Más tarde oyó la voz de Cristo que le dijo:
"Ya hice algo, te hice a ti, y te di un mandamiento, "Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado".
Es inaudito que en una nación cristiana se presenten casos de miseria, ya que el amor es la esencia del cristianismo.
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