Mientras Catalina Escobar recibía la medalla de oro que la acreditaba como campeona de salto en medio de la ovación del público, en la tribuna, sentada, de gafas oscuras, Gabriela Gómez rumiaba decepción.
En la víspera, los entrenadores del equipo femenino de Colombia, con el afán de obtener mejores resultados (cosas del alto rendimiento) y sin consultar con ella, cambiaron el sentimiento de una de sus deportistas por una presea dorada que tampoco era fija.
Catalina, que en la primera jornada había tenido una mala presentación en su especialidad (salto), no clasificó para la final. Entonces movieron fichas para tenerla allí y parte de la estrategia fue cederle el cupo que, tras gran demostración y esfuerzo, se ganó Gabriela en una tarde de inspiración.
Gaby, cuentan sus allegados, no durmió tras recibir la noticia. Después de cumplir el sueño de avanzar a una final suramericana, en su propia casa, la privaron del derecho de disputar la corona.
Según Catalina y el técnico Andrés Llano (Gabriela también coincide con este concepto), era imposible que Gómez, así hiciera la presentación de su vida, lograra el título por el grado de dificultad de su esquema.
Del equipo, sólo Escobar, por el ejercicio y rivales, podía conseguirlo. "Son decisiones difíciles que, a veces, hay que tomar. Y nosotros asumimos toda la responsabilidad", murmuró Llano.
Gabriela, de 24 años, no quiso emitir conceptos de lo sucedido. Los lentes oscuros ocultaban sus ojos claros, que no pudieron contener las lágrimas como consecuencia de la impotencia, pues fruto de la estrategia utilizada tampoco compitió en la final de suelo, a pesar de que alcanzó la clasificación.
La gimnasta antioqueña tenía puesto el uniforme de Colombia, por el que siempre dio lo mejor. Esta vez, sin embargo, parecía no gozar con la medalla dorada de su compañera que levantaba los brazos en el podio.
Mientras sonaba el Himno nacional , Gaby permaneció sentada, impávida, como tratando de evadir su decepción.
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