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Sucre, un general de cinco soles

29 de abril de 2010
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Al cerrar ayer la asamblea de la Asociación Nacional de Bananeros, el Presidente Álvaro Uribe sorprendió a los presentes al rendir un homenaje al mariscal Antonio José de Sucre, en una tertulia más sobre el Bicentenario de la Independencia.

La página histórica de Sucre recordada por el Primer Mandatario cobra total vigencia con el actual momento latinoamericano y colombiano.

Recogemos los apartes más importantes del pensamiento de Uribe sobre el más grande oficial que tuvo a su lado el libertador Simón Bolívar:

"El 4 de junio de 1830, cuando el Libertador ya había partido desde Bogotá, en su viaje póstumo, es asesinado Sucre, en Berruecos.

Sucre había regresado triunfante de la campaña del sur. El Libertador lo había mandado a Venezuela a que tratara de disuadir a José Antonio Páez de la desintegración de la Gran Colombia. Regresó frustrado, tenía la decisión de irse a Quito a reencontrarse con su señora y con su hijita.

El Libertador tuvo que salir de Bogotá en su viaje póstumo antes de que llegara Sucre de Venezuela, pero le dejó encomendada la tarea de irse al Ecuador y a Pasto a evitar la desintegración de la Gran Colombia y a evitar que el General José María Obando, que estaba al frente del Gobierno de Pasto, se llevara a Pasto hacia el Ecuador.

Pues bien, Sucre quería irse por Buenaventura, embarcarse al puerto de Guayaquil para subir a Quito, y don Domingo Caicedo, Vicepresidente, le dijo que no, que hiciera el viaje por el camino de La Plata al río Magdalena, a Popayán, a Pasto. Y así lo hizo.

El primer atentado lo sufrió cruzando el río Magdalena, pero sobrevivió, y después en Berruecos lo asesinan.

La historia le imputó la autoría intelectual a dos de los nuestros: a Obando y a José Hilario López. Lo único que se supo fue que confesó uno de los autores materiales, Apolinar Murillo.

Y después de ese magnicidio de Sucre, viene el magnicidio de Arboleda en Berruecos, y después el de Rafael Uribe Uribe, que había sido uno de los grandes gestores de la paz entre los partidos, y es asesinado en 1914; y después el magnicidio de Gaitán, y después el de Luis Carlos Galán y después el de Álvaro Gómez Hurtado.

El magnicidio de Sucre somatizó mucho en el Libertador.

Uno de los pocos periodos de reposo que cuenta la historia sobre el Libertador, es cuando se establece en Bucaramanga y no asiste a la Convención de Ocaña, lo acompaña el coronel Luis Perú de Lacroix, y el coronel se da a la tarea de escribir un librito sobre esa estadía del Libertador en Bucaramanga.

Todas las noches tuvieron una tertulia, temas muy importantes hablaron con el Libertador, y una noche le preguntaron que cómo calificaba él a los generales -yo creo que esto es bien importante para los gobiernos, para la empresa privada- decía: 'Los mejores son los que son buenos en el campo de batalla y en la oficina; los segundos los que son buenos en el campo de batalla y malos en la oficina; y los peores, los que son buenos en la oficina y malos en el campo de batalla'.

Y entonces le repreguntaron ¿Y quién de los suyos es el mejor? Y no vaciló en decir que Sucre.

Le había confiado la dirección de las batallas de Pichincha, de Junín y Ayacucho; la Presidencia de Bolivia; la fundación del Estado boliviano.

Cuál no sería esa estima del Libertador a Sucre, y cuál no sería el impacto del asesinato de Sucre en la salud ya deteriorada del Libertador, cuando se encontraba en ese viaje final.

Esta violencia nos frustró de tener al Libertador con su genio, con ese talento desbordado, más tiempo dedicado al Gobierno. La guerra no le dio ese tiempo.

Expulsado de Caracas
La historia de Venezuela muestra que allí esa independencia se aplazó mucho por las luchas internas.

El Libertador no llegó por espontánea decisión a Cartagena a pedirle apoyo a Manuel Rodríguez Torices, llegó porque lo habían derrotado los propios venezolanos; no lo habían derrotado los españoles sino los propios venezolanos; esa lucha interna que terminó con (Francisco) Miranda preso, llevado a Cádiz, donde murió, y el Libertador acusado de haber traicionado a Miranda.

El Libertador llega por todas esas luchas a Cartagena, desde allí con un gran apoyo también de Mompox, de Tenerife, un gran apoyo desde Tunja, arma el ejército de la campaña admirable, que vuelve a terminar en una derrota.

Las salidas a Jamaica, a Haití, son justamente por todas esas dificultades en Venezuela. Y se instala en Angostura, en el río Orinoco, porque los propios venezolanos lo derrotaban de Caracas.

Y el Libertador cuando regresa del sur no se puede dedicar a la causa del buen Gobierno, el Libertador se tiene que dedicar un día a apaciguar a Páez, para que no desintegrara la Gran Colombia; al otro día al Ecuador; a sufrir la final decisión del Perú de desintegrar ese proceso de unidad.

Esa violencia interna, esa violencia entre nosotros, cuánto habría hecho el Libertador de haberse podido dedicar a la tarea del buen Gobierno.

Ya en ese momento los Estados Unidos había logrado una gran estabilidad, ya había terminado el Gobierno de Washington, el de Jefferson, estaba en toda esa etapa de progreso; ya estaban construyendo ese conjunto de canales que comunica el Golfo de México con los lagos de Canadá y Estados Unidos, y que salen al Atlántico norteamericano, allá, en el norte.

Y nosotros en esa violencia interna.

Santander como vicepresidente realiza entre 1822 y 1826 una gran revolución educativa, pero se frustra por la violencia interna.

A Santander se le acusa de aquel atentado contra el Libertador, del 25 de septiembre de 1828, y va al exilio. Le conmutan la degradación militar por el exilio. Regresa al país como Presidente electo en 1832, y realiza otra revolución educativa, pero se pierde en la violencia.

Viene la guerra de los supremos de Obando y muere toda esa revolución educativa del general Santander.

Entre 1848 y 1863, donde alternan personas tan importantes como José Ignacio Márquez, como Tomás Cipriano de Mosquera, Mariano Ospina Rodríguez, José Hilario López, el general José María Melo, también es un periodo de profundas inestabilidades y violencias.

Se llega a la Convención de Rionegro de 1863, esa convención se recibe con alborozo, produce grandes gobernantes: Manuel Murillo Toro, el general Santos Acosta, que con López Pumarejo, podríamos llamarlos los padres de la Universidad Nacional de Colombia.

Y se frustra ese periodo, porque entre 1863 y 1886 hay 30 guerras civiles".

Por eso, concluyó Uribe, el país tiene que reflexionar sobre la violencia y no aflojar en aquello de superarla.

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