En La Ceja se cuentan por doquier los "milagros" del agua de mar en la cotidianidad de sus pobladores, pero sus gracias están a punto de quedarse inconclusas por una orden de cierre de los dispensarios que los han hecho posibles.
Sólo en este municipio hay 70 sitios, entre tiendas, bares, colegios y concentraciones deportivas, que la distribuyen en forma gratuita. Pero la apropiación de la gente ha extendido su consumo a habitantes de Sonsón, Abejorral, La Unión, Rionegro, El Retiro, El Carmen, El Santuario y Medellín, que se desplazan hasta La Ceja por la dosis que requieren. También hay dispensarios en la Facultad de Medicina de la U. de A. y en el Concejo de Medellín.
La notificación de cierre fue hecha por el Ministerio de Protección Social, a través de funcionarios de la Seccional de Salud, el jefe de Salud Pública y el inspector de Policía local, en un documento que dice que los expendios no cumplen con registro Invima.
Según Laureano Domínguez, coordinador del proyecto de dispensarios, el agua de mar no se distribuye como alimento ni como medicamento, sino al libre albedrío de quien la quiera llevar, igual que si fuera "agua de canilla", y sin ningún costo.
Domínguez inició el programa hace seis años, cuando regresó de España en 2002, cargado de estudios científicos sobre la utilidad del agua de mar en las epidemias y pandemias en Europa. Empezó con viajes de 15.000 litros, traídos de Coveñas, y aumentó a 40.000 litros por la alta demanda.
Se financia con aportes de la Fundación Acuamaris, de España, las tiendas de ropa Mango, de Barcelona, y con recursos propios, pero no quiere que el proyecto se convierta en un negocio, al vender el agua, como lo quieren algunas entidades locales que lo han apoyado.
Laureano cree en bondades del agua de mar para acabar con el hambre en el mundo, y sostiene que llegará el momento en que los gobiernos la tendrán que enviar por tubería a las ciudades del interior.
En pocas horas ha recibido la solidaridad de investigadores internacionales que saben del proyecto, y sostiene que aunque sellen los dispensadores, será imposible detener algo que la comunidad conoce, porque la traerá por sus propios medios.
"O tendrán que cerrar todas las playas", expresó.
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