Hace 3 años, cuando RED (la sigla en inglés para "retirados extremadamente peligrosos") tuvo un éxito en taquilla sorpresivo en Estados Unidos, no fue difícil encontrarle explicación al hecho: un guión que adaptaba con gracia una novela gráfica muy exitosa; un reparto de lujo (Helen Mirren, Brian Cox, John Malkovich ) que acompañaba a Bruce Willis en una aventura donde todos se burlaban con elegancia de sí mismos y sus carreras, un par de escenas de acción muy bien rodadas y cierto humor negro presente en los diálogos. Willis era Frank Moses, un agente de la CIA acostumbrándose al aburrimiento de la jubilación, obligado a volver a las andadas por un enemigo de sus mejores días. Parte del encanto de la película radicaba además en esa constante queja nostálgica de los personajes, que recordaban con cariño los tiempos de la Guerra Fría, y en su torpeza para la vida "normal", como lo demostraba el lío que tenía Moses para conquistar a una chica.
Los guionistas encargados de la secuela no hicieron bien su tarea, pues olvidaron esa parte "humana" de la primera historia, clave para que el público tuviera una conexión emocional con los personajes. En su lugar escriben a las carreras un conflicto de pareja entre Moses y la chica de la primera película (Mary-Louise Parker ), que aparece zumbón entre escenas, pero que se resuelve tan gratuitamente como todo en esta mala continuación de un título que en su primera parte, siendo sinceros, tampoco era nada extraordinario.
En RED 2 utilizan la estrategia de juntar con frenesí una secuencia tras otra, para que el espectador no tenga tiempo de pensar en lo incoherente de lo que le cuentan. Se supone que alguien ha inculpado a Moses y a su amigo Marvin de portar un arma de destrucción masiva que había sido creada a fines de los setenta y por eso deberán ponerse a salvo, mientras tratan de descubrir quién los ha echado al agua. Que cuando se acabe la película y usted al intentar atar los cabos descubra que nada de lo que pasó tenía sentido ni lógica, no parece preocuparles a los creadores de esta franquicia cinematográfica.
La historia va pasando de un país a otro sin ton ni son, suponemos que con la idea de darle "variedad" a la trama, pero generando todo lo contrario: una confusión que desespera, un bullicio que no para y que termina por aburrir. Da pesar ver a Helen Mirren haciéndose pasar por loca en una autoburla grotesca por su tendencia a hacer de reina en las pantallas. Se siente tristeza mirar que Catherine Zeta-Jones tenga que disfrazarse de agente rusa y antiguo amor del agente Moses, para recuperar su alicaída carrera. Pero lo que francamente produce lágrimas es observar que John Malkovich casi al final de la película, aparece con un sombrero frutal a lo Carmen Miranda, en una imitación mexicanizada de un club nocturno en Caracas, como si fuera una obligación que todos hagan el ridículo en RED 2.
No era necesario. El guión ya cumplía con ese objetivo a la perfección.
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