Sus manos, acostumbradas al calor de las ubres de las vacas durante el ordeño y a la rienda sostenida durante el sube y baja del trote del caballo de su niñez, se posaban ahora sobre la firmeza de hierro de un fusil, ignorando las sacudidas del vehículo blindado en el que viajaba.
Minutos después, la muerte sorprendía a Niyireth Pineda Marín, una soldado de 30 años de edad que hacía parte de Regimiento de Infantería Soria número 9 de las Fuerzas Armadas de España, con sede en la isla española de Fuerteventura, asignado a Afganistán.
Según el Ministerio español, el convoy militar en el que viajaba, compuesto por cinco efectivos, fue alcanzado en la mañana de ayer por la explosión de un artefacto mientras hacía un patrullaje de reconocimiento, a unos 20 kilómetros al norte de Qala-i-Naw, distrito occidental del país asiático.
El sargento de origen español, Manuel Argudin Perrin, perdió también la vida, mientras que dos efectivos españoles y otro colombiano permanecen hospitalizados.
La soldado era madre de un niño de 12 años, quien viajó hace dos a hacerle compañía en el país europeo.
Poco más de 40 días le faltaban para regresar del polvo de la guerra en Afganistán, a donde fue de manera voluntaria en una asignación de cuatro meses para lograr que le pagaran el triple de lo que solía ganar.
De esta manera pensaba reunir el dinero para comprar los tiquetes aéreos que le permitieran visitar a su madre el próximo septiembre, en compañía del pequeño.
Su madre, quien la esperaba en la casa que alguna vez compartieron en la vereda La Aurora del corregimiento de Bilbao, a dos horas y media del municipio de Planadas (Tolima), teje con palabras el pasado de su hija.
"Niyireth terminó el bachillerato en Planadas y se fue a hacer unos cursos de agronomía en Chinchiná, de donde vino a trabajar como maestra en varias veredas, enseñándole a niños de primero a quinto de primaria", recuerda.
Según ella, su hija se dedicó a la enseñanza durante tres años antes de que la inestabilidad de trabajar por contrato se aliara con el deseo de darle una educación de calidad a su hijo.
Eso la llevó a viajar hace seis años a España, con una hermana. Allí, tras dos años de andar tocando puertas, solo pudieron encontrar trabajo como soldados.
La 'Mona recochera', como le decían sus amigos de infancia, nunca fue buena evitando sonreír. Su carisma y el amor por su familia la llevaron siempre a anteponer el bienestar de los demás al suyo.
"Ella decía que en Afganistán la vida estaba dura, pero se mostraba feliz pues tenía el propósito de velar por el bienestar del niño y mejorar las condiciones económicas de su familia", afirma Jhon Arévalo, amigo de toda la vida.
La promesa
"Hágale mami que yo le ayudo. No se preocupe", le había dicho a Luzbelia cuando esta le propuso que reemplazaran el café caturro por café de variedad, en la finca que les dejó el papá de la soldado al morir, cinco años atrás.
El invierno y la roya se encargaron de poner a la madre en una situación en la que su hija era, en palabras de Carlos Olmes Trujillo Pineda, primo de la colombiana, "prácticamente quien veía por ella".
A Luzbelia la llamaba dos veces a la semana y le enviaba dinero para que fuera al médico, mercara o comprara abono para la finca.
El dolor se aferra a las palabras de la madre al recordar la voz de su hija rogándole que no viera las noticias en televisión para que no se enfermara de preocupación.
"Yo le hice caso, pero de madrugada me llegó la razón que me la habían matado. La última vez me dijo que tenía miedo porque estaban matando a muchos soldados de los que habían ido con ella", dice.
Esta colombiana, que cambió las montañas por el desierto, entregó la custodia de su hijo a la hermana que vive con su esposo en España, como si supiera que su viaje la llevaba a morir sobre la arena de un país muy lejano de las montañas que tanto quizo.
"En España los trabajos nuestros son siempre duros. Pero ella tenía la fuerza que le dio el campo, por eso no tuvo miedo de ir a Afganistán", asegura Arévalo.
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