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Oriente se convirtió en el paraíso de la fresa

04 de diciembre de 2008
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En un verdadero paraíso de las fresas se ha convertido una amplia zona del Oriente antioqueño, especialmente el municipio de San Vicente.

En la vía que comunica a esta localidad con Concepción, una carretera destapada y en muy mal estado, extensos cultivos de la fruta afloran y se ven imponentes.

Y no es por exagerar, pero se siente hasta el olor. Da antojo, ganas de comerse un racimo.

Una ansiedad que se aumenta cuando uno se trepa a la montaña a mirar de cerca los cultivos. Las fresas frescas, rojitas y muchas de excelente tamaño, hacen agua la boca.

Fue una sorpresa visitar esta zona y encontrar que en su búsqueda de mejores opciones, los campesinos y hacendados le apostaron a la fresa para ganar estabilidad.

Y lo han logrado. Son hectáreas y hectáreas sembradas las que le han dado un nuevo color al paisaje. El verde de las hojas en magnífico contraste con el rojo de las frutas ofrece imágenes como para postal. Se ve la frugalidad de esta región, siempre fría, siempre fresca y siempre rica a la hora de dar frutos. La fresa está en su furor.

Ensayos fracasados
Braidey Brand, cultivador del producto hace seis años, siente que está pasando una buena temporada. Metido en un fresal de casi una hectárea, recorre una a una las matas entre surco y surco y enseña las bondades del cultivo.

-Antes yo cultivaba papa, tomate, uchuvas, pero hace seis años empecé con fresas. Me ha dado resultado, tiene consistencia, se vende bien-.

Es cierto, la fresa requiere cuidados especiales, pero nada del otro mundo. Más, cuando ya él y muchos campesinos le han cogido el tiro a la fruta para que dé en cantidades y crezca de muy buena calidad.

-La de por aquí es más buena, más dulce, que la de Bogotá-, añade mientras que hace su recorrido en la finca donde labora, uno de los predios con más cantidad de tierra sembrada.

Más abajo, a borde de carretera, una familia (los Marín Vargas) sale a ofrecer kilos de la fruta a los conductores de los vehículos que cruzan despacio por la vía. Tienen que hacerlo así, porque es una trocha de huecos gigantescos que no permiten avanzar a mucha velocidad. Por eso hay tiempo para disfrutar el paisaje y hasta para respirar el aroma de la fresa. Para oler.

Y los Marín Vargas lo saben, que la fresa antoja y por eso la sacan en baldes. Y se ve fresca, gruesa, roja, húmeda y firme.

-Nosotros salimos a la vía y la vendemos por kilos, pero también llegan camiones a cargar a las fincas, hay apogeo, entonces se vende facilito-, dice Germán Marín Vargas, quien también un tiempo les apostó a productos como el tomate de árbol y la uchuva, pero cuando se metió en la fresa lo hizo para quedarse.

-Hace ocho años, nos ha ido bien. Antes teníamos una cooperativa con un señor y se quebró, nos entró la mala, pero nos pudimos recuperar y ahí vamos-.

El invierno ha hecho sus males, obviamente, pero en los malos tiempos los campesinos no decayeron, siguieron insistiendo y hoy tienen un mercado fijo con una multinacional que les compra la fruta por toneladas para sus productos lácteos.

El zar de la fresa
La historia de este fruto no sería la misma sin la fe de Marcos Vergara, el hombre que afrontó el desconsuelo de quienes fracasaron con el primer negocio y les insistió que siguieran inundando las montañas con la fruta.

-Fue hace 9 años, yo le insistí a la gente que creyera-.

Y creyeron. Marcos le puso tres años al auge del negocio, pero el tiempo le fue quitando la razón. Y cada día se afianza más su fe, pues la fresa es una fruta agradecida con el que la cultiva. Él tiene muy claro porqué:

-Empieza a producir a los tres meses, da para coger cada dos o tres días durante ocho meses consecutivos, el gasto es alto, pero a la final sale fácil el producto-.

Incluso, anota que en el invierno tan fuerte, se ha dejado de ganar, pero no se ha perdido plata.

Vergara, que preside a Asprofrutho (Asociación de Productores de Frutas y Hortalizas del Oriente), siente que el negocio cada vez se va a expandir más. Ya son más de cien familias las beneficiadas con el auge, pues a la asociación hay afiliadas 100 personas, más 90 beneficiarios. Y gran parte del producto -sobre todo las frutas pequeñas- se las está comprando Alpina para sus yogures.

-Les gusta porque es más dulce que la del Altiplano Cundiboyacense. La idea es posicionarnos bien y empezar a exportar, sacamos una fresa muy buena-, afirma.

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