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NO SE TRATA DEL VIOLINISTA

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12 de agosto de 2014
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"Yo era una rata de alcantarilla que tocaba en el metro de Londres ". Joaquín Sabina

12 de enero de 2007. Hora pico en el metro de Washington. Quien alguna vez fuera un niño prodigio, el violinista Joshua Bell, acepta una propuesta del diario The Washington Post y, como cualquier fulano en un sitio público, toca su violín, hecho a mano por Antonio Stradivari, en 1713.

Durante los 43 minutos del concierto sin frac, interpreta seis piezas clásicas (comienza con la Chacona en re menor, Partita n.° 2 para violín solo: un reto de marca mayor). Bell se traga su indignación ante los "tosedores compulsivos", el escándalo de los celulares, los taconazos, la ausencia de aplausos. El músico, que gana miles de dólares por recital, agradece a un transeúnte que deja un billete de un dólar en la funda de su instrumento. De las 1.097 personas que pasan a su lado, siete se detienen, veintisiete le dan dinero. Recoge US. $32,17. Solo lo reconoce una empleada pública, quien lo había escuchado en la Biblioteca del Congreso.

En el Metro de Medellín, le hubieran echado "la ley". Ver: http://goo.gl/FDYzzD

Frente a los ojos de Bell ocurrieron muchos eventos insólitos, pero nadie, absolutamente nadie intentó callarlo.

A los adalides de la "Cultura Metro", les pregunto: ¿quién les otorgó la potestad sobre la estética urbana?

La discusión no gira en torno a un violinista ni a la calidad de su interpretación. Tampoco se trata de La pollera colorá, ni de la Chacona, ni de Juan Bautista Madera, ni de Juan Sebastián Bach, ni del lugar… puesto que es público.

Imponer qué puede ser definido y expuesto como legítima expresión cultural es una ostentación de soberbia intelectual que, unida al poder de decisión sobre el espacio público, se convierte en un acto arbitrario de exclusión.

La última vez que recorrí los callejones de Santafé de Antioquia, varios portones exhibían los escritos de Jorge Robledo Ortiz. Eso es el derecho a la libre expresión: podemos someter a debate si el "Poeta de la raza" fue o no un poeta, o la existencia de la tal "raza paisa"; lo que es indiscutible es la libertad de sus seguidores para expresarse.

Aunque los policías que retiraron al violinista solo cumplían órdenes, sí les cabe una responsabilidad: apelaron a la violencia física. El artista no estaba alterando la tranquilidad. No le hacía daño a nadie. Ni siquiera opuso resistencia con agresividad. Sin duda, la norma y el control son necesarios para la convivencia ciudadana, pero aquí observamos el cruce de la delgada línea que separa al ejercicio de la autoridad del autoritarismo.

La poesía no siempre viene empastada en cuero. La ciudad tiene lenguajes diversos y la belleza no es solo una.

(Avizoro un concierto en nombre de la "Cultura Metro"…).

Los espacios del Metro de Medellín no son un quirófano. Tampoco un altar. La escena del violinista expulsado bien define uno de nuestros confusos valores de base: la sacralización de lo material (un vagón) en detrimento de lo espiritual (una expresión del arte).

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