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NADIE ES UNA ISLA

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16 de enero de 2014
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"Por quién doblan las campanas" es un verso del poeta inglés John Donne (1571-1631), que Ernesto Hemingway inmortalizó como título de su novela. El poeta bien merecía este honor.

El texto dice: "Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo estoy ligado a la humanidad y, por consiguiente, no preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti ".

El poeta intuye, más aún, ve la realidad que descubrimos cada vez con más claridad y asombro. Somos relacionales. La relación es el fundamento de todo y sin relación no existe nada. Gracias a la relación, hay unidad en la pluralidad y pluralidad en la unidad. Lo que afecta una parte, afecta el todo, y viceversa.

S. Pablo utiliza el símil del cuerpo. Mi cuerpo, siendo uno, tiene incontables células. Si me duele un dedo, la cabeza o el estómago, el dolor es mío. Cada parte está en función del todo. Eso significa la pertenencia, soy parte esencial del todo. La parte está en el todo, el todo está en la parte. No prestarle atención al bien del todo es fallarle al Creador.

El poeta habla de disminución en los cambios. Hay, más bien, cambio de modo de relación. Algo que ocurre siempre porque la realidad es dinámica. Ella me lleva a dar a la existencia una orientación acertada, haciendo del cambio un modo de crecimiento, de mejoramiento, de superación.

Todo existe en relación. Cada hombre es un pedazo del cosmos, una parte de la tierra, una porción del mar. Está siempre en relación con toda Europa, tierra, continente, promontorio o casa de los amigos. Por el solo hecho de existir, vivo en relación de amor o desamor con todo.

La muerte de un amigo, por tanto, no me disminuye, más bien me engrandece, pues, según S. Agustín, "después de esta vida, Dios mismo es nuestro lugar ", la grandeza suma.

En la muerte culmina mi vocación de no ser isla, pues "en mar se convierte la gota de agua que cae al mar" (Silesius). La muerte es la puerta para pasar a la vida en plenitud que es Dios, todo en todos.

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