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"Moe", el espía

20 de agosto de 2008
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Entre miles de archivos secretos desclasificados la semana pasada en los que reposan las identidades, casi todas desconocidas, de cerca de 24 mil espías que trabajaron para Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, pronto uno de ellos emergerá en el cine y en la literatura. Es el apasionante capítulo de Morris 'Moe' Berg, personaje real digno de la mejor ficción.

'Moe' era la antítesis del espía, o al menos de ese que concebimos en el mundo de la fantasía. Medio torpe o torpe y medio, grande y pesado, tuvo la buena suerte de venir al mundo en New York y encontrarse con lo que único que quiere hallarse todo niño en una calle de ese monstruo: una bola, un guante y un bate.

Llegó a ser beisbolista de las Grandes Ligas sin pegar jamás un hit (eso dicen los textos, aunque la última palabra la tiene esa Biblia que se hace llamar Mike Schmulson), lo que equivale a practicar fútbol profesional sin hacer jamás un pase.

¿Cómo es entonces que jugó no sólo en equipos emblemáticos de la talla de Los Medias Blancas de Chicago, los Indios de Cleveland o los Medias Rojas de Boston, e incluso en la selección de estrellas de la época?

Nadie lo sabe, porque sus méritos eran otros. Hablaba al menos siete lenguas diferentes; sabía sobre temas tan disímiles como pintura, matemáticas o historia; y se había graduado de abogado en una de las mejores escuelas, la de Columbia, con la exigencia de Bernard, su padre, quien amaba el Derecho en la misma proporción que odiaba ese juego prosaico que convocaba a vagos e inmigrantes.

Lo que sí escondía bien el beisbolista era al hombre que sabía hacer inteligencia. Camuflado como deportista en un viaje al Japón, antes de Pearl Harbor, 'Moe' aprovechó el descuido de una visita de cortesía a un hospital para trepar a la terraza y fotografiar los que, con el tiempo, se convertirían en objetivos de la aviación americana.

En otra oportunidad fue a Europa y pasó por científico local. Averiguó que la Alemania de Hitler no tenía aún lista la bomba atómica, aunque sí caminaba con prisa en ese propósito.

Meses después, algún genio vistió a 'Moe' de soldado y lo mandó de paracaidista tras las líneas enemigas. Regresó con las manos vacías. Eso cambió su vida. De héroe silencioso pasó a engrosar el ejército de jubilados. Vivió de la caridad de sus allegados, hasta que, como buen espía, murió en su casa al rodar por las escaleras. Un final que puede resultar mejor en manos de Óliver Stone.

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