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Luis María lleva años tallando su vida en cuero

Es uno de los numerosos hombres que se observan en la zona de las peleterías del centro de la ciudad, cose a máquina artículos de cuero.

  • Luis María se define como un enamorado de este arte. “Llevo más de sesenta y cinco años de haber comenzado y todavía sigo aprendiendo cosas”, dice. FOTO Donaldo Zuluaga
    Luis María se define como un enamorado de este arte. “Llevo más de sesenta y cinco años de haber comenzado y todavía sigo aprendiendo cosas”, dice. FOTO Donaldo Zuluaga
06 de julio de 2014
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Tan pronto como Luis María Sánchez aprendió a hacer zapatos en la Casa de Corrección de Menores de Fontidueño, pensó en hacerse unas botas para él. Se las merecía. En sus doce años de vida había caminado siempre "a pie limpio". Veía a muchas personas trasladarse ufanas con sus zapatos y notaba que el calzado les daba elegancia, distinción.

Bajo la supervisión del maestro Bernardo García, las cortó, las cosió, las pegó y se las puso… pero no fue capaz de andar con ellas. Sus pies no aguantaban la dureza del cuero y de la madera, y le resultaban tan tiesas que las archivó primero y las vendió después.

Han pasado sesenta y seis años desde que él hizo ese primer par de botas. Ahora está sentado ante una máquina de coser de codo industrial, en la entrada de la peletería Maxi Cueros, en Palacé, esa carrera que a su paso entre Maturín y Pichincha huele a suela, a cuero, a betún.

Un letrero de tela pende de su máquina: Reparación de bolsos, morrales y cierres. Su traje sencillo de camisa clara, pantalón y zapatos de cuero negro cerrados con cordones, lo complementa con un sombrerito de plástico. Un espejito de mano está pegado al cuerpo de la máquina. Lo dejó olvidado una clienta hace años y una mujer que vende café en el sector, lo usa para mirarse la cara cada vez que llega a ofrecer la bebida.

Otros dos hombres se sientan ante sus máquinas, en otras dos puertas de la peletería. El uno es Alejandro Jiménez. Maneja una máquina de poste. Hasta hace año y medio era un vendedor de mercancía hastiado de gastar suelas viajando por pueblos y ciudades con maletines de mercancía y libros de cartera, y decidió quedarse en un solo sitio. El otro es un hombre de pocas palabras que no remienda bolsos ni morrales ni arregla cierres, sino que desbasta trozos de cuero para fabricantes que quieren coser más fácil.

"Cuando yo estaba en Fontidueño, aprendiendo a hacer zapatos –indica Luis María-, mataron a Gaitán". En ese refugio, al cual llegó porque no tenía familia y del cual no lo dejaron salir hasta que no creciera, porque no había un adulto que lo cuidara, hizo la primaria. Y como debía aprender algún oficio, primero intentó con la carpintería, y no le gustó; con la sastrería, y tampoco, hasta que pasó a la zapatería y quedó encantado. "A la edad de doce años y medio yo era un profesional en la zapatería. Conocía las hormas por tallas, sabía el arte del corte y la cosida, la montada de la suela… todo".

Luis María solamente ha pasado los últimos cinco años en esa puerta, reparando bolsos. Tan pronto se hizo grande y salió a la calle, calzado ya en ese entonces porque se hizo unos zapatos de materiales blandos y suaves, se vinculó con talleres y con fábricas. En uno de esos talleres fue que conoció a Tarcila Gutiérrez.

"Yo no le enseñé; ella venía del Valle y era una excelente guarnecedora". Vivieron en Niquitao, "cuando Niquitao era un buen vividero" y establecieron una fábrica de calzado. Pronto les quedó pequeño el espacio de la casa y tomaron en alquiler otra en Cúcuta con Zea, en la que se sostuvieron por 26 años. "Llegamos a tener 20 trabajadores a los que les cubríamos seguridad social y todo. Comenzamos pagando 20.000 pesos de arriendo y terminamos pagando 50.000. Pero el IVA fue acabando con el negocio del calzado. A nadie lo educaron en eso: yo tenía que pagarle IVA a los que me vendían materia prima, pero los almacenes donde yo surtía no me compraban si les cobraba IVA. Así se acabó todo. Ah, y con el uso masivo de tenis".

Ninguno de los tres hijos de Tarcila y Luis María quiso seguir sus pasos. El mayor se jubiló en una editorial; el segundo es técnico de televisores, y el tercero, de teléfonos móviles. "No me quedó casita, no conseguí propiedad, pero qué más que levanté la familia. Hoy vivo en Niquía con mi mujer. Y ahí nos vamos yendo".

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