No es una parodia hollywoodense ni están invitados al evento Vin Diesel o Paul Walker, pero ahí están bien parqueados el Impala colorado, el Subaru STI azul marino, el Dodge Challenger negro.
Los autos hacen parte del Club Rápido y Furioso de la ciudad de Bogotá, que ajusta siete años siguiendo el modelo de vida ligada al automovilismo callejero que impulsó la cinta hollywoodense dirigida por Rob Cohen.
"El tema de la película pegó mucha gente a la goma", señala Jimmy Martínez, hinchado de orgullo y rodeado por una docena de aficionados que le toman fotos desde todos los ángulos a su Impala del 67.
Martínez es la envidia de muchos de los que vienen a Sonido sobre ruedas y él lo sabe bien. "Si alguien quiere uno igual no lo podrá tener porque es único", asegura.
La originalidad, y especialmente la exclusividad, añaden el máximo valor agregado al automóvil personalizado. La pintura del Chevrolet de apenas 85 mil kilómetros, por ejemplo, estuvo a cargo de un miembro del equipo tuning que protagoniza Overhaulin, serie que se emite por el canal Discovery Channel.
Otros le apuestan más a la creatividad y al talento local. El último samurái es ejemplo de ello. Alejandro Vargas, también bogotano, recalca que la recursividad es una herramienta imprescindible en el tuning.
Su auto es prueba de ello. Pocos son los que reconocen al Chevrolet Samurái tras la cojinería ilustrada con la bandera del sol naciente, las catanas, el X Box, la suspensión neumática o la pantalla digital en el portaplacas.
La perseverancia, nobleza y fortaleza de los antiguos guerreros japoneses también inspiran a Alejandro, para quien su Samurái es el último pues ya la industria lo descontinuó. Con él recorrió montañas, ríos, los cuatro puntos cardinales del país. Ahora recorre los festivales del tuning "para demostrar que se puede hacer con cualquier carro".
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