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LA TRADUCCIÓN DE LA CHUNCHURRIA

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17 de agosto de 2013
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A propósito del Bicentenario de Antioquia, algunas palabras estuvieron de moda por estos días: inclusión, diversidad, independencia, empuje y grandeza. Volvimos a hablar de arrieros, de viejos tranvías y de ferrocarriles desaparecidos; de costumbres olvidadas y de personajes que dejaron su huella en nuestra historia regional. Se cuestionó el concepto de antioqueñidad y, entre muchas otras miradas, cobraron protagonismo algunas comidas: Frisoles con garra y sopa de arracacha con carne molida fueron mencionados. Hablaron de paz los gobernantes, de subregiones, de retos y de educación. O sea, dijeron lo mismo de siempre, pero hablaron bonito. De llevarse a la práctica tanto discurso, Antioquia sería el paraíso que soñamos.

El Bicentenario alcanzó hasta para modificar nuestro himno, a mis ojos un revolcón innecesario que les ha gustado a algunos y a otros les ha parecido, hablando de comidas, como un sancocho con mortadela. Y no necesariamente porque no sepamos de geografía, como dijo una funcionaria de la Gobernación justificando el acordeón, sino porque la inclusión requiere trabajos concretos y de largo aliento. Los ritmos diversos pueden sensibilizarnos, pero no bastan.

Bicentenario y Feria de las Flores al mismo tiempo. Tantos eventos afloraron en nosotros el arraigo por la tierra y el orgullo que decimos sentir cuando entonamos discursos regionalistas. Pero… guardados de nuevo el sombrero, el poncho y el carriel, ¡ah, ah…, casi todo se olvida.

Hace unos días, en la sección de frutas y legumbres de un supermercado, una joven se quedó mirando fijamente un gajo de guineos. Lo tomó, lo examinó y lo volvió a soltar. De pronto se acercó a un dependiente y le preguntó si había plátanos más grandes. En su rostro se dibujó el asombro y en el del vendedor una sonrisa cuando él le dijo cómo se llamaba esa variedad. Entonces recordé a las hijas de un amigo, adultas jóvenes, que apenas conocieron la yuca hace muy poco. Y a la sobrina de otro, que llegó un día del colegio preguntando qué era aguapanela.

¿Sí tendremos tanta fuerza en las raíces como decimos o será pura alharaca?

La publicidad ha ejercido presión sobre una sociedad de consumo arribista que prefiere nombres extranjeros incluso para sus productos más autóctonos. Si nosotros aprendimos a pronunciar perfectamente wrap, sushi, sour cream, Corn Flakes, Hershey´s y Milky Way, ¿por qué no pueden decirle morcilla los de afuera, y también nuestros nativos con complejo de extranjeros, a lo que antes llamábamos rellena? Ahora es black pudding, un embutido que por más que lo bauticen en inglés, no deja de ser sangre animal cocinada con arroz y condimentos. Lo duro va a ser encontrar la traducción de la chunchurria…

Pero no sólo la comida ha sido invadida por extranjerismos. Entre frase y frase se nos cuelan el hobby, el boom, el stress, los tips y muchos otros, qué tensión, mientras oímos rap, soul, hip hop, rock y reguetón.

La globalización del mundo ha hecho lo suyo, sin duda. Y no digo que sea malo o bueno, sino que a veces resulta ser muy bureador, como decimos en Ciudad Bolívar.

Bien lo dice un amigo de Betulia: "Muy pronto la bandeja paisa estará compuesta por beans, rice, pork, sausage, black pudding, slices of ripe plantain, fried egg, meat powder, corn broth with guava sandwich.

Ah, pero eso sí: que no falte el palillo de dientes".

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