Suena de Perogrullo -aquel personaje al que le achacamos todas las cosas evidentes- pero del nefasto suceso de las pirámides, todos debemos aprender un poco e incluso hacer de este problema una oportunidad que transforme el ahorro en Colombia y que, de una vez por todas, nos ayude a pasar la página de ese grave defecto cultural que nos marca como sociedad: el amor por el dinero rápido, fácil y efectivo.
Las pirámides han caído y las que subsisten lo harán en pocos días por el efecto dominó que causarán las medidas adoptadas recientemente por el Gobierno bajo la figura de la emergencia social, dadas las graves repercusiones sociales del insuceso económico.
Muchas personas pagarán muy caro su ingenuidad, astucia o ignorancia, y las autoridades financieras aprenderán la lección, que ya le costó el cargo a un superintendente: es un imperativo que estén con los ojos bien abiertos a lo que está sucediendo con la economía de bolsillo, que muchas veces va en contravía de los indicadores macroeconómicos y de las llamadas cifras fundamentales que rigen nuestros destinos en un mundo globalizado.
Tampoco es de Perogrullo decir que a raíz de la crisis, muchos colombianos han vuelto sus ojos hacia el sector financiero. El propio Presidente de la República consideró que esta era la oportunidad para hacer una reflexión sobre los servicios que prestan los bancos. En consonancia, en los próximos días, el Banco Agrario va a lanzar unas brigadas de créditos rurales en áreas que resultaron o pueden resultar más sensibles al tema de las pirámides. El Mandatario explicó que el Gobierno está estudiando un mecanismo para abaratar los servicios del sistema financiero "a los sectores pobres y vulnerables de Colombia". Y tal como él mismo lo plantea, hay que trabajar más intensamente, con la Banca de Oportunidades, para llegar a estos sectores menos favorecidos.
El sistema financiero debe analizar que los usuarios de las pirámides, mayoritariamente del suroccidente colombiano, son clientes potenciales de sus servicios y que los avances del sistema financiero (antes un 32 por ciento de los colombianos tenían alguna relación con el sistema financiero, hoy el 57 por ciento), no deben tener nichos privilegiados, y que hay que migrar a otros más necesitados y que en muchas ocasiones son un mejor negocio.
Respaldamos enfáticamente las medidas adoptadas por el Gobierno, al tiempo que alertamos a la gente para que el caso de las pirámides no se vuelva a repetir. Hay que poner en cintura a los agiotistas, a los créditos paga diario y en cuenta gotas que desangran el bolsillo de los más necesitados, y en buena hora el anuncio de vigilar más estrechamente a las prenderías que en muchas ocasiones se aprovechan de la gente y de sus problemas.
Los problemas dejan de serlo cuando se corta por lo sano y el Gobierno actuó en consonancia, tardíamente, pero actuó. Y mejor aún, cuando somos conscientes de que todavía no estamos vacunados contra ese flagelo de la cultura mafiosa de querer dinero a cualquier precio.
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