Ella va por ahí dando besos. La saludan y da un beso. Se despide y da otro. Vuelve a saludar, vuelve a despedirse y vuelve a dar beso. “Yo doy besos por todo”, dice, y María Teresa Andruetto se ríe, desparpajada. De abrazo.
La escritora recibió el premio Hans Christian Andersen este año. Es como el premio Nobel de Literatura, pero en su categoría: literatura infantil. Ella escribe para niños, aunque su obra es más amplia. Pasa por novelas, ensayos, poesía, teatro. Es que a María Teresa le gusta estar en varios proyectos al tiempo. También hablar.
A Colombia ha venido varias veces. Dice que aquí la tratan bien. En esta visita vino a presentar cinco libros, que saldrán en cuatro editoriales. Pasó por la Fiesta del Libro, en la que ya ha participado dos veces más. Habló de literatura infantil. De muchas cosas.
Usted puede tener cualquier edad, pero es una niña...
“Y probablemente los que escribimos, quizá tengamos algo muy fuerte con la infancia. Rilke dice que la infancia es la patria del poeta. Hay mucho que se constituye ahí en una persona y entonces se construye una cierta sensibilidad, un cierto modo de responder a los estímulos del mundo y también, sobre todo, me parece que lo que se construye es una particular vinculación afectiva con la lengua. La infancia perdura en la escritura de todo escritor, me parece, incluso así no escriba para niños. Por algo se escribe casi siempre en la lengua madre, que es la lengua de la marca afectiva”.
¿Qué le queda de cuando era pequeña?
“Era una niña extremadamente tímida, muy acomplejada, por eso quizá me refugié mucho en los libros. Era muy insegura y los libros me protegían. Era también un poquito melancólica, aunque después con los años descubrí la alegría. Quizá esta marca de vivir entre gente desterrada de sus países, de inmigrantes, yo pensaba que sufrían mucho, me hacía un poquito atormentada. Era distraída, muy propensa a condolerme de los otros, a hacer mío el dolor de los otros.
Hay cosas que han seguido en mi vida y que han alimentado la escritura, porque siempre que escribo es porque veo algo que le sucedió a algún otro, a veces visto accidentalmente, me llama a pensar en esa condición humana y como esa persona, ese ser humano, puede mirar el mundo, resolver su vida o errar el camino”.
Ha dicho que las lecturas y la realidad le han influido...
“Sí, las dos cosas. La sensibilidad a lo real porque nunca me concebí como sola, ni en la escritura, ni en la vida. He hecho mucho trabajo con otros, con los otros reales. A mí me parece que cuando uno escribe, es que, qué es la escritura, es como una respuesta de una subjetividad determinada hacia lo que sucede en determinado contexto social, a lo que le sucede a los otros y cómo esos otros, la sociedad en general, hace resonar de distintas maneras la caja de resonancias que tiene un escritor: el pecho, el corazón, el alma, pero lo hace resonar a través de las palabras. Hay una conjunción entre lengua, sociedad, escritor o artista. Hay algo sagrado en esa relación entre un escritor y la sociedad de la que proviene y forma parte, que hace eco en él y que a veces olvidamos: la lengua. Ella es un bien social, construida entre todos. Nosotros, como escritores, la usamos y la hacemos única. Un libro es la forma especial que toma la lengua de todos a través de un escritor”.
En la Fiesta del Libro habló junto a Yolanda Reyes sobre literatura sin adjetivos. ¿Qué significa eso?
“Es un llamado sobre todo a los maestros, a los mediadores, a pensar en la literatura que se le acerca a los niños, más como literatura, que como infantil, en el sentido que si algo no puede faltar ahí es el sustantivo, es la literatura. Lo otro, que si es para niños o para jóvenes, viene por añadidura”.
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