Todo se ha dicho de la senadora Piedad Córdoba. Ha pasado de pequeño ídolo a gran villana. Hoy de nuevo es heroína. Y una grande.
Piedad ha sido terca, incómoda para el Gobierno y odiada por buena parte de la sociedad. Ha sido víctima de amenazas y desprecio, y humillada por su género, su turbante y su raza.
Pero "la negra del turbante" ha trabajado sin descanso por lo que lastimosamente nadie más ha trabajado (la libertad de los secuestrados), incluso cometiendo enormes errores por falta de cálculo político, como dejarse ver como la ficha de Chávez en Colombia y no ser lo suficientemente cuidadosa en la elección de sus enemigos.
El Gobierno se aprovechó de eso y logró desprestigiar su trabajo, presentándola como una amenaza para la seguridad interna por representar al gobierno de Venezuela. Incluso el Presidente la acosó con intimidantes declaraciones y le puso innumerables obstáculos para su trabajo. Pero nada de eso ha hecho que deje de buscar su meta.
Es claro que la libertad de Pablo Emilio Moncayo no hubiera sido posible sin la constancia y la obstinación de Piedad. Y a estas alturas pocos compran el discurso de que el presidente Uribe facilitó las liberaciones o que no se opuso al acuerdo humanitario, como dijo hace unos días sorpresivamente.
Hasta el último momento el Gobierno apostó por el fracaso de la misión humanitaria y eso hizo que el papel del Ejecutivo y del Alto Comisionado para la Paz fuera imperceptible. Es más, Frank Pearl hubiera podido no estar en el momento de la liberación y nadie lo hubiera extrañado, lastimosamente.
La conclusión es que a Piedad Córdoba se la puede arrinconar, pero no se la puede desconocer.
El gobierno de Uribe ha intentado hacer lo primero equivocadamente, pero el próximo presidente no debería tener la misma estrategia con ella.
Hay que entender que Piedad puede ser no sólo la llave que abra la puerta para que salgan el resto de los secuestrados y se logre un acuerdo humanitario con las Farc, sino también para tratar de arreglar la situación con Venezuela.
Los que quieran anular el papel de Piedad podrían nombrarla embajadora en un país lejano. Pero los que quieran aprovechar su fortaleza y darle un papel en el próximo gobierno, deberían ponerla a trabajar por la libertad de los secuestrados e institucionalmente, por un acuerdo humanitario, reportándole a la oficina del Comisionado de Paz, en un cargo nuevo que se podría denominar Alta Consejería para la libertad.
La realización con transparencia de un acuerdo humanitario le devolvería un mínimo de credibilidad a la guerrilla para iniciar un proceso que ponga fin a la guerra por la vía negociada. De otra manera, seguiremos en una guerra sin pronto fin y nulo ganador.
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