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La cultura viajó a lomo de mula

La Colonización Antioqueña extendió la cultura paisa por gran parte de la Región Andina del país.

08 de agosto de 2013
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Infográfico
La cultura viajó a lomo de mula

Pedro Buitrago ha pasado más de ochenta años entre mulas. No había cumplido los siete, cuando su padre lo enviaba los martes, los viernes y a veces los sábados, solo, desde su finca situada en Arenilla, vereda cercana al río Arma, con siete bestias cargadas de plátanos, yucas, aguacates, naranjas, mangos y guineos hasta el mercado de Sonsón. Salía a las dos de la madrugada y entraba al pueblo a las siete. En la finca le cargaban las mulas y en el mercado se las descargaban porque, claro, él no podía con los bultos.

Mientras habla, Pedro acaricia la cabeza de uno de los animales que, al medio día, esperan el alimento. Viste pantalón oscuro, cuyas mangas están metidas en las botas de caucho; camisa blanca metida por dentro del pantalón y sombrero aguadeño de alas angostas, bajo el cual sobresalen patillas blancas. No está sucio.

Cuando creció se compró una mula. En ella venía los domingos al pueblo “para desaburrirme”.

-Me iba para la zona (de tolerancia). Bailaba con esas mujeres, me tomaba mis aguardientes, mientras la bestia esperaba afuera. Cuando se aburría de esperarme, entraba adonde yo estaba y me tiraba de la manga de la camisa con los dientes, como diciéndome: “vámonos ya”.

Sonsón fue el corazón social y financiero de la Colonización Antioqueña. Y la arriería, su motor. De allí salió la mayor parte de los emigrantes que fundaron pueblos de Caldas, Risaralda, Quindío y parte del Tolima y del Valle del Cauca.

En este municipio, muchas cosas hablan de ese pasado glorioso. El Museo La Casa de los Abuelos conserva muchos elementos del siglo XIX y principios del XX: la cama y la mesa del poeta Gregorio Gutiérrez González, quien le cantó al cultivo del maíz; utensilios de cocina y de habitación; el llamador de cacho que usaban los sangreros o ayudantes de arriería cuando el camino se estrechaba, para que los arrieros que venían de frente supieran de su presencia; el güinche para cortar maleza, cuya invención se le atribuye a Jerónimo Jaramillo, un sonsoneño... y hasta un cheque o billete del Banco de Sonsón. Por todas partes hay casas con balcones... Y el cementerio: es el mismo desde el siglo XIX. Guiados por Daninson Marín, un niño de once años que habla como un viejo, sabe historias del pueblo “porque uno ve a la gente hablar y uno aprende”, muestra las tumbas de Braulio Henao y María Martínez de Nisser, héroes de la Guerra de los Supremos, en 1841. El mausoleo central con los primeros curas de Sonsón: José Tomás Henao, Ramón Hoyos, Daniel Florencio Sánchez... Cuenta que el cementerio tuvo, hasta finales del siglo pasado, tres patios: el de los ricos, el de los pobres y el muladar, este para los que no se habían casado y los suicidas, “porque morían en pecado mortal”. Daninson señala con el índice de su diestra un gallinazo calentando huevos en una tumba vacía.

Pedro Buitrago tiene 22 mulas, que arrea con un hijo y un yerno. Transportan plátanos desde las fincas o sacan material de playa para construcción, asunto este que lo ha llevado a Aguadas y Manzanares. Dice que la arriería ha cambiado. Que las largas distancias que hacía antes, hasta los años cincuenta, ya no las hace. Sin embargo, ni siquiera él en sus mejores tiempos hizo las distancias de la arriería del siglo XIX, la de la Colonización, cuando se establecieron empresas de transporte de carga y pasajeros, como hoy existen las de buses intermunicipales y camiones.

Antes de que se desarrollaran los caminos, la arriería era de bueyes. Estos animales tienen gran fuerza y resistencia. Se adaptaban a los montes y a la geografía escarpada. Así llegaron los arrieros a Manizales. Así llegaron a las laderas orientales de la Cordillera Central, en la colonización de una parte del Tolima.

Hubo varias rutas en la expansión de fronteras, todas partiendo de Sonsón. La más masiva fundó a Aguadas, Pácora, Salamina, Aranzasu, Neira, Manizales, Santa Rosa de Cabal, Pereira, Salento, Circasia, Armenia, Córdoba, Pijao, Génova, Caicedonia y Sevilla. Otro camino llevó a fundar Támesis, Jardín, Riosucio, Quinchía, Anserma, Belén y Apía. También hubo otra senda que fundó Pensilvania, Marquetalia, Fresno, Casabianca, Villahermosa, Líbano, Santa Isabel y Anzoátegui. Las tres incluyen muchos municipios y caseríos adicionales a los mencionados.

Hubo otras migraciones a diversos sitios del país, como al Chocó, los Llanos Orientales y la Costa, pero fueron minoritarias. El clima tenía mucho que ver en esto de que no fueran masivas las migraciones.

Aunque no es de la época mencionada, la experiencia del mismo Buitrago ilustra este asunto. Hace 50 años, un primo suyo lo invitó a trasladarse a Villavicencio. La actividad: mover madera con sus mulas. La plata era buena.

-Estuve allá varios días. Me fue bien cazando guaguas, gurres y chigüiros, porque yo aprendí a ser buen tirador en el Ejército. Pero no me amañé: ¡eso era un calor de Infierno!

Los colonizadores antioqueños fundaban pueblos donde diera el fríjol y el maíz, expresa el arriero e historiador autodidacta de temas de arriería Félix Torres, en Salento. Este hombre (en la foto, entre la mula y el mapa), es un yarumaleño que no sabe a qué edad se metió en el cuento de la arriería. En los primeros recuerdos de su vida se ve de menos de seis años, amarrado al anca de una mula de la recua de su abuelo, con cuyo vaivén a veces se quedaba dormido. Después de haber arreado en varios pueblos de Caldas y Quindío, ahora se dedica a la exhibición de la actividad en el Valle del Cocora. Los colonizadores boyacenses fundaban pueblos en lugares mucho más altos, porque estaban acostumbrados a fríos mayores. Y en esa zona del Quindío hay influencia de ambas colonizaciones. Eso explica que predomine la cultura paisa, pero que en el habla aparezcan vocablos del centro del país, como chino, para referirse a niño.

Allí, en Salento, está la posada Nueva Granada. Algunos historiadores aseguran que Simón Bolívar, a su paso por este municipio, llamado en ese tiempo Boquía, pernoctó en ella. Después habría de tomar el Camino Nacional, que une a este municipio con el actual Toche, en Tolima.

La Colonización Antioqueña, motivada, entre otras cosas por la necesidad de encontrar tierras para la agricultura por fuera de las concesiones, es decir, de los latifundios concedidos por la Corona y el Gobierno a personajes influyentes o poseedores de algún abolengo, penetró en el sur hasta muy adentro del Valle del Cauca. Por eso, quien visita Sevilla, Cartago o Restrepo escucha en las cantinas la música de carrilera (en el primero de estos municipios mencionados realizan el Festival de la Carrilera en noviembre); comparten, en gastronomía, la bandeja paisa y “si venden pandebono es porque los están trayendo desde hace poco tiempo, por la cercanía con los pueblos vallecaucanos pertenecientes a la cultura de la caña”, cuenta Juan Carlos Santa Dávila, concejal sevillano.

Como sus lugareños explican, ellos son descendientes de los “nuevos paisas”, es decir, de fundadores de Manizales y otros pueblos por fuera de la actual geografía antioqueña.

Colonizadores y arrieros que, gracias a esa empresa común en la que se concentraron por décadas, la de expandir las fronteras de Antioquia, dejaron atrás ese apocamiento de espíritu que caracterizaba a la gente hasta el siglo XVIII, según palabras de Mon y Velarde, y sacaron del aislamiento y la pobreza a una de las regiones más atrasadas del país.

-Yo veo en la arriería el principio de todo -dice Fidel-. La contribución del hombre raso, anónimo, a veces analfabeta, al desarrollo del país.

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