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El periodista José Pardo
Llada fue enterrado en Cali

08 de agosto de 2009
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El periodista cubano-colombiano José Pardo Llada fue enterrado en la tarde de este sábado en el cementerio Metropolitano, ubicado al sur de Cali.

Su despedida fue multitudinaria, tanta como los amigos que dejó en Cali. Con la bandera del Deportivo Cali sobre el cofre fúnebre, familiares, amigos, compañeros y vallunos le dieron el último adiós.

A través de un comunicado, el presidente Álvaro Uribe Vélez lamentó el decesó y dijo que se fue un gran líder cívico.

No cumplió su más asiduo sueño: morir en su Cuba natal, esa isla de la que debió salir exiliado, hace 48 años, luego del triunfo de la Revolución Cubana, al sentirse decepcionado por el rumbo que le daba a esa gesta su amigo y compañero de lucha, Fidel Castro.

No murió en La Habana, pero sí en Cali, ciudad que, como él decía, le había dado tanto, "y no sería mala idea morir en la capital de las mujeres dulces y el clima más parecido a mi inolvidable isla".

Falleció el pasado viernes, a los 86 años, de una complicación por una úlcera estomacal, pero tal como dicen sus amigos el médico Adolfo Vera y el periodista Agustín Escandón, murió libre y feliz.

Feliz como en sus días de muchacho, cuando levantaba pesas para sacar gorditos pues era muy flaco y cuando jugaba al béisbol o al fútbol, deporte en el que era pésimo delantero o cuando, desde los 12 años, escribía a los periódicos sobre cualquier tema.

Inquieto por las causas sociales estudió derecho, filosofía y letras en la Universidad de La Habana, al punto de crear, en la pequeña emisora CMK, un programa de consultas sobre temas jurídicos: ‘La Justicia Habla’, "donde yo era la justicia", sentenciaba.

Pese a su voz ronca y a su erre arrastrada, se hizo locutor. En su Isla lo llamaron ‘El locutor del ciclón’, pues fue el único que se quedó trabajando cuando un ciclón azotó La Habana, en 1944.

No fue ese su único apodo, tenía otro, el de Braulio Román, que usaba para escribir artículos en la revista Bohemia, cuando se exilió en México, tras el asalto del Cuartel Moncada en los 50.

Él mismo, sabio poniendo remoquetes, fue víctima de muchos, pero el que más le avergonzaba era ‘La cotorra roja’, del que fue víctima cuando defendía a Fidel.

Fue por sus ataques al gobierno de Ramón Grau (1944-1948), que este hijo de Sagua La Grande -"un pueblo chiquitico"-, adquirió reconocimiento como periodista radial, a comienzos de los 40.

Al igual que lo hizo tiempo después en Cali, en la Isla se volvió una piedra en el zapato para los republicanos, pues lanzando al aire su reconocida frase: "¡Qué desparpajo, señores!", denunció sin cobardías la corrupción, ganándose así el título de ‘Una voz sin precio ni temor’.

Además fue cercano colaborador del líder político Eduardo Chibás (1907-1951) y llegó a ser, con un abrumador respaldo popular, una importante figura del Partido Ortodoxo, del que fue su representante a la Cámara en las elecciones de 1950.

En su espacio radial combatió virilmente -ganó 42 suspensiones y 27 arrestos en seis años- la dictadura de Batista y cuando creyó que no le quedaba otra alternativa que pelear con las armas contra "la feroz pandilla que se había apoderado del poder", fue a la Sierra Maestra, a fines de 1958, a ponerse a disposición del comandante Fidel Castro. Gran parte de los combatientes no lo aceptaba, por estar en contra de la lucha armada.

Lo que sí reconoció es que fue hombre de duelos políticos. En Cuba, decía, tuvo nueve. "Uno con pistola y mi contrario mató una vaca, en vez de matarme a mí y también tuve duelos de sable".

Jamás tuvo un duelo con Fidel, incluso decía que se fue de la Isla sin pelear con él. Pese a ser uno de los fuertes críticos del régimen castrista, pues nunca creyó en el comunismo y consideraba que aunque Castro había llenado a Cuba de cultura y estudio la volvió más pobre y necesitada.

Eso sí, nunca dejó de admirar a Fidel, por su persistencia por llegar al poder, pues había soñado con eso toda la vida. Tampoco pudo olvidarlo como amigo, ni aquel gesto que tuvo con su esposa: "Yo tenía mi programa de radio y llegaba a las 2:00 p.m., cuando un día a mi mujer, María Luisa (Alonso), le llegaron los dolores del parto. Fidel estaba ahí, cargó a mi mujer y fue quien la llevó al hospital. Esas cosas no se pueden olvidar, ni a él ni a mí".

Este cubano que no bailaba ni fumaba, conservó hasta su muerte esa nostalgia por la Isla, tanto que decía que la soñaba despierto. A ella regresó en 2004 con la excusa de someterse a un tratamiento para combatir la degeneración macular, una especie de ceguera, derivada de su costumbre de leer y escribir bajo los rayos del sol.

Fue gracias a la labor de sus amigos Luis Fidel Moreno Rumié, Rafael Araújo Gámez y Lida María Roldán, que Pardo Llada pudo pasar nueve días en La Habana. Ellos le escribieron a Fidel, para que posibilitara su viaje, aduciendo razones humanitarias por su estado de salud.

En su Cuba del alma se hospedó en el Hotel Nacional, adonde llegaban Frank Sinatra, Ava Gardner, Baby Ruth. "Cuando yo bajaba por aquel viejo ascensor, me sentía como si fuera Marlon Brando". Saludó a Alicia Alonso, primera figura del ballet cubano. Recorrió El Malecón.

Y lloró "como una zarzamora". Como en la Plaza de Armas, cuando un viejo librero lo reconoció: "Me abrazó y empezó a llorar conmigo, yo quería salir corriendo porque era un espectáculo deplorable, dos viejos llorando. Me dice: ‘Oiga: ¿Usted no se acuerda cuando estuvo en el pueblo de Regla, hace 50 años y del discurso que ofreció?’ Me recitó el discurso. Y me dio un libro que escribí en 1960: Memorias de la Sierra Maestra. Fue algo tremendo".

Líder cívico
Feliz, radiante, lleno de vida. Así lo vieron sus amigos a su llegada a Cali, hace 15 días, después de ir a Estados Unidos a un homenaje que le harían a su hija Bernadette, quien se convertiría en columnista dominical del Miami Herald, motivo de orgullo.

También estaba dichoso de haber visto a su nieta y a cercanos amigos. Provisto de esa energía desbordante que siempre lo acompañó para emprender sus labores periodísticas, "a su regreso, durante tres días, hizo su programa Mirador en el Aire, por Radio Viva, y habló de Cali y del Valle del Cauca con sus colegas", cuenta Agustín Escandón.

El 1 de agosto sorprendió a sus amigos con la ingrata noticia de que habían tenido que internarlo en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Sebastián de Belalcázar, por un problema de tipo gástrico.

Pardo Llada, que durante 44 años escribió su columna Mirador en el Aire, dedicó sus últimos años a su espacio radial del mismo nombre, en distintas emisoras. También hacía prensa y televisión. Él que fue malo para los negocios, se preciaba de vivir del periodismo: "Soy un profesional, me hago pagar por lo que hago en la radio, la prensa y televisión. Lamentablemente, no pagan muy bien, pero pagan".

Desde allí, al igual que lo hacía en el periódico Occidente con su columna Mirador, emprendía disímiles campañas para despertar el espíritu cívico de los caleños, luchar contra la corrupción o hacer realidad los sueños de la gente.

Como en aquella ocasión en que emprendió una cruzada con empresarios vallecaucanos para llevar 180 niños de escasos recursos económicos a Disney World, como lo recuerda su mano derecha en El Mirador en el Aire, Lida María Roldán y quien fuera concejala de su Movimiento Cívico.

O como la vez que por medio de su programa consiguió un tratamiento en Bogotá para unos gemelos ciegos.

Inolvidable fue su empeño en construir una escuela en Terrón Colorado a la que llamó José Pardo López, en honor a su padre, quien fue maestro. "Para que inaugurara la piscina de esa escuela, él logró traer a Mark Spitz, el campeón olímpico que ganó siete medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972", cuenta Lida María.

Pese a sus enormes dientes, que quedaban al descubierto en sus frecuentes carcajadas, ensombrecían su pinta de galán, muchas caleñas sucumbieron a sus encantos. Todo por cuenta de su sección fotográfica Los Aviones de

Mirador, en el periódico Occidente, donde las mostraba en todo su esplendor. Dueño de un desorden irremidible, para escoger una foto las tiraba todas en el piso y con los pies encontraba la que necesitaba.

Cual estrella de farándula convocaba masas: Llenaba la Plaza de Toros, el Gimnasio del Pueblo. Trajo a Lupita Ferrer, cuando estaba en pleno furor su telenovela Esmeralda. Hizo campeonatos mundiales de salsa, lideró el Festival del Mecato Vallecaucano. Y hasta fue Alcalde Cívico del Río Cali.

Como periodista trascendió a escala nacional con su innovador estilo de periodismo light -que él llamaba "testimonial"- y su gran pluma como cronista y columnista. Brilló en revistas como Cromos, a la que sacó a flote de su crisis poniéndola en primer lugar, vinculando a veteranos periodistas como Henry Holguín.

Dueño de un recio carácter, renunció en directo al Noticiero de la Siete en 1983, por discordias con su directora María Elvira Samper: "No me aguanto más a esta señora, me cansé, me cansé", dijo ante los ojos estupefactos de la teleaudiencia.

Sus pasiones
Aunque nacionalizado colombiano, durante la primera presidencia de Alfonso López, se sentía "un ciudadano a medias, porque la Constitución dice que no puedo ser ni presidente ni policía", comentaba entre risas.

Un honor que consiguió luego de tener un encontrón con López, que ayudó a subsanar Helenita Vargas, amiga de los dos, quien propició la reconciliación. Tan colombiano se sentía que, estando de embajador en Noruega, se levantaba a la madrugada a comer panela "como una manera de acercarme a Colombia".

Más vallecaucano aún se concebía, al extremo de vibrar con el Deportivo Cali, al que llamaba "equipo amado". Verde no fue su corazón, también el color de su automóvil Zastava, que obtuvo a través de un canje publicitario. Moda que impuso entre los hinchas del equipo azucarero.

Voluntarioso, pantallero, vanidoso, a ratos intemperante y pésimo para el manejo de la plata, la deslealtad lo exacerbaba y descubrir una falta de honradez de alguien que trabajara con él o de un amigo era motivo para nunca más dirigirle la palabra a alguien.

Pésimo bebedor, tuvo en cambio excesos amatorios. Muchas caleñas, de la sociedad y del pueblo suspiraban por él.

Pero fue la ingeniera caleña Elsy Calderón, quien llegó luego de la muerte de su esposa cubana María Luisa, la única dueña de su corazón. "La mayor suerte de Pardo fue encontrarte", le dijo a la ‘ingeniera’ un viejo amigo del desaparecido periodista, el día de su velación. Y no exageró. Dada la ceguera de Pardo Llada, ella se convirtió en sus ojos para leerle, con gran paciencia, la literatura, los libros de política y de biografías que tanto le encantaban.

Amante de la música cubana, sobre todo de la de Ernesto Lecuona, de la vida social, de la bohemia, era, en privado, un declamador de la poesía española y cubana. Especialmente amaba un poema de Gastón Baquero, ‘Discurso de la rosa en Villalba’. Lo recitaba con tal amor que, según sus amigos, allí se traslucía la verdadera esencia de su alma.

Nunca abandonó su gusto por la comida cubana y en eso su esposa lo complacía. Los sábados, los fríjoles cubanos se volvieron un rito sagrado en su casa del barrio Normandía. Comía también con gusto la comida italiana, la dulce de Colombia y de Cuba. Por algo su pecado capital, confesaba, era la gula.

Amigo de Juan Domingo Perón, a quien consideraba como a "un padre, al que quise mucho y él me quiso", también cayó en la tentación de la política. Fue líder del Movimiento Cívico, que independiente de los partidos tradicionales, logró siete escaños en el Concejo de Cali. Fue congresista, embajador en República Dominicana y Noruega y aspirante a la Alcaldía de Cali.

Sin embargo, en los últimos años decía que no le importaban ni el poder ni la popularidad.

"Tal vez no llegué al poder para cuidar mi popularidad. Para tener poder hay que ser implacable y a veces cruel y yo no lo soy. Tengo espíritu cordial con todo el mundo. No soy hombre de odios ni venganzas", manifestaba.

De ahí que le abundaron los amigos y las llamadas diarias, mínimo 35, que él esperaba sentado en su sillón al lado del teléfono beige de disco. Pero no sólo sus amigos lo extrañarán, sino la sociedad caleña a la que supo ganarse con su espíritu cívico y su gracia cubana.

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