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El juego retórico de Cristina Fernández

09 de junio de 2008
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La gestión de Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de la Argentina, se divide en dos periodos: uno va del 10 de diciembre de 2007 al 10 de marzo de 2008 y el otro, más complicado, a partir del 11 del mismo mes. Los argentinos se acostumbraron rápidamente a la figura de una mujer en el máximo cargo de la Nación y el empalme entre el gobierno de su esposo, Néstor Kirchner, y el suyo no ofreció grandes retos en el periodo inicial. Se le dio continuidad al modelo económico que, según cifras oficiales, mantuvo el crecimiento del país en el 8 por ciento anual, se creó el ministerio de Ciencia y Tecnología y el gabinete legado por Néstor no sufrió importantes modificaciones.

Uno de los primeros conflictos a resolver para Cristina fue la crisis energética, para lo cual, además de acuerdos con Venezuela, Brasil y Bolivia, se lanzó un plan nacional de ahorro de energía y combustible para evitar complicaciones en la época invernal, cuando aumenta la demanda de gas y electricidad, lo que puede provocar un desabastecimiento.

Pero así como Cristina recibió de Néstor un país con un crecimiento respetable, también heredó la responsabilidad de enfrentar las críticas que venía recibiendo el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), organismo que mes tras mes, publica cifras muy diferentes a las que arrojan mediciones independientes de crecimiento, índices de precios al consumidor y principalmente de la inflación.

En lo internacional los momentos importantes de este gobierno fueron el irresuelto escándalo de las maletas con miles de dólares que provenían de Venezuela y, supuestamente, estaban destinadas al financiamiento de su campaña; la intervención de los Kirchner en el primer intento de liberación de Consuelo González, Clara Rojas y Emmanuel, el 31 de diciembre pasado, y la mediación en el conflicto entre Colombia y Ecuador-Venezuela.

Mientras tanto, la percepción popular en torno a la imagen de la Presidenta se ha modificado profundamente, basta señalar que asumió el poder con un 51 por ciento de popularidad, cifra que subió al 56 por ciento tras el primer mes de gobierno, pero que a partir del tercero se ha venido desplomando hasta llegar a tener una aprobación sólo del 26 por ciento en la actualidad.

Una importante razón de este descenso, nace del equívoco manejo dado desde el comienzo a la protesta del sector agrario en contra de las retenciones móviles a las exportaciones del campo. La manera autoritaria y poco política de relacionarse con un sector tan importante para la economía argentina, y la evidente inflación de la economía contrastada con los positivos indicadores del Indec, han sumido a este gobierno en la más complicada crisis que ha vivido Argentina desde el 2001.

Esta situación de caos provocada por el paro agrario, y de desencanto en la sociedad civil ante las estériles discusiones planteadas por ambos bandos, ha afectado enormemente la imagen internacional del país y por ende el comportamiento de sus bonos, los cuales han caído abruptamente en el mercado internacional. Pero el gobierno se empeña en negar la situación, afirmando, por ejemplo, que la inflación es del 9 por ciento y no del 25 por ciento como lo indican las mediciones no oficiales, y en sostener que su interés es la redistribución de la riqueza y no la continuidad de un régimen de acumulación burgués.

Sin embargo, leyes como la de Entidades Financieras, heredada de la dictadura, continúan vigentes y contradicen el discurso redistribucionista de los Kirchner. Tampoco es muestra de voluntad política reformista el sostenimiento del regresivo régimen impositivo argentino o el impulso de proyectos faraónicos como el del tren bala que, para comunicar Buenos Aires, Rosario y Córdoba, necesitará mayor presupuesto que el necesario para la reparación de todo el sistema ferroviario nacional.

Es así como las exaltaciones y convocatorias del gobierno K al pueblo de redistribuir la riqueza para terminar con la pobreza, no van mas allá de un juego retórico, pues después del primer peronismo, no ha habido un solo gobierno que intente modificar el modelo agro exportador y poner fin a la sumisión de la economía argentina a las empresas transnacionales que hoy tienen el país en vilo. El gobierno de Cristina se asombra de la rapacidad del sector agrario, pero debería preguntarse cómo fue posible llegar a esta situación, que todos sabemos viene de antes, pero que a su gobierno le ha costado la retirada de más de la mitad del apoyo popular con el que contaba seis meses atrás.

Socióloga y politólogo, respectivamente

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