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Furia de Titanes 2: pirotecnia fría

  • Furia de Titanes 2: pirotecnia fría | FOTO CORTESÍA
    Furia de Titanes 2: pirotecnia fría | FOTO CORTESÍA
13 de abril de 2012
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No siempre lo que explota causa heridas. La pirotecnia fría, que se usa en los eventos en recintos cerrados, es un buen ejemplo de eso. Vemos las chispas y los colores, agradables a la vista, pero nadie tiene peligro de salir quemado, ni de que se encienda una cortina, porque en esta pirotecnia la pólvora es remplazada por químicos que no producen calor ni fuego al explotar.

Algo parecido ocurre en Furia de titanes 2. Ahí está el mismo Perseo de la primera parte, el semidiós que venció al Kraken y salvó a la humanidad de la destrucción, encarnado por un Sam Worthington que esta vez asume su papel con mayor convicción dramática, en la medida que sus posibilidades actorales lo permiten. Ahí está, tratando de vivir anónimamente y criar a su hijo, 12 años después de los hechos que nos narraron en la primera parte de esta franquicia, cuando su padre, Zeus, le confiesa que el poder de los dioses está menguando, porque los hombres han dejado de rezarles, lo que ha hecho que varias criaturas malvadas que estaban bajo su dominio se salgan de control y destruyan todo a su paso. Ni siquiera Zeus, encarnado por la poderosa presencia de Liam Neeson, es capaz de convencer a Perseo que se aparte del lado de su hijo Helius, para ir al Tártaro a reunirse con otros dioses e intentar cambiar lo que ocurre. Eso le permite escapar de la traición que Ares (Édgar Ramírez) y Hades (Ralph Fiennes) han preparado, para liberar al viejo dios Cronos de su prisión en el submundo.

El resto de la película es el clásico recorrido del héroe, lleno de pequeñas batallas y desafíos, que acompañaremos asombrados ante las posibilidades visuales que le brinda al cine la tecnología actual. Intentaremos prestar más atención a los pocos momentos en que Fiennes y Neeson brindan su calidad indiscutible, a escenas con diálogos tibios y simplones. Le perdonaremos a los monstruos que aparecen en el camino de Perseo, sobre todo a esos cíclopes calvos con los que lucha en un bosque, su falta de estilo estético, extrañando en nuestras butacas a las criaturas que son capaces de crear directores como Peter Jackson o Guillermo del Toro. Reconoceremos una técnica de 3D que esta vez, especialmente en un laberinto fantástico que aparece casi al final de la cinta, es algo más que un adorno, como ocurría en la primera parte. Pero lo que no pasará nunca, durante la hora y media que dura la película, es que nos sintamos preocupados por esos personajes que nos presentan a la carrera, entre una escena de acción y otra, pues sentimos desde el comienzo que no son más reales que los avatares de un videojuego (a cuya narrativa de campeonato fragmentado le debe mucho Furia de titanes 2).

Si nuestra idea de emoción es estar en una montaña rusa, con el cerebro en pausa y sin cuestionarnos por qué algunos monstruos mueren tan fácilmente, ésta es la película perfecta. Pero si buscan algo más de compromiso emocional, saldrán defraudados. Porque no siempre lo que explota, por más explosiones que haya, o por más coloridas que sean esas explosiones, logra conmovernos.

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