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¿Entonces a qué volver?

  • Elbacé Restrepo | Elbacé Restrepo
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03 de abril de 2010
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Desde que me acuerdo, los antioqueños hemos soportado toda suerte de calificativos y de señalamientos, algo así como la "inquina" de la que hablábamos en la escuela, "tirria", ojeriza o cualquier palabra que signifique descrédito.

No sufro de provincialismo malsano, no reconozco la "raza paisa", no creo que seamos seres bajados del sobaco de ya saben quién. Entiendo que hemos perdido algo de preponderancia y de liderazgo, pero ser antioqueño, en todo caso, no representa una tragedia de vida. Y sentirnos orgullosos de serlo, mucho menos.

El regionalismo sano, entendido como el amor y el apego que se tiene por una región y sus características, es precisamente de lo que carecen algunos. Cada quien puede no querer el lugar donde nació, lo que molesta es que, para validarse, renieguen de costumbres, historia, geografía y población y lo metan todo en un mismo costal, sin tener la cortesía de reciclar. Con razones o sin ellas, hay colombianos que no le abonan nada positivo a nuestro departamento, pero hay algo peor y mucho más desconcertante: paisas contra paisas, que desprecian su tierra y que minimizan sus logros, como pasó con los Juegos Suramericanos, donde muchos solo vieron el vaso medio vacío, desde la inauguración hasta la clausura.

A otros, en cambio, se nos triplicó el orgullo que mantenemos pegado de la piel y, gracias a campeoooón, Colombia, campeoooón, ahí se quedará un buen tiempo. Los que se creen de mejor familia le dicen montañerada, como sinónimo de ordinario, inculto o ridículo. Nada les gusta. Malo si hay collar de arepas, peor sin silleteros. Puede que estén en su derecho, pero cómo fastidia su egoísmo. Hasta nos miran rayado y parecen tararear con burla "esta gente son de un pueblo?".

Los montañeros, que somos muchos, creemos que los escenarios son bonitos, funcionales y que van a servir para otros 50 años si asumimos el compromiso de cuidarlos; hicimos fila hasta para comprar raspao; no le hicimos cuentas a la pólvora, (que escupa y no se ría el que no haya hecho una fiesta alguna vez, a pesar de sus parientes pobres); y creemos que en logística, en civismo y en espíritu deportivo, se sobroooó, Medallo se sobroooó.

Pero volviendo al tema, para los paisas que sufren de desarraigo, los demás no somos más brutos porque el cuero no estira; ser persistentes es tener "cabeza de mula" y hasta los pueblos de Antioquia son nada dignos de volver a ver, pues a su parecer, todos cumplen con la condición de las tres efes: fríos, como Santa Fe de Antioquia; feos, como Ciudad Bolívar; y faldudos, como La Ceja.

Muchos de los que se van, entre nostalgias y suspiros, hacen patria en la distancia y planean la operación retorno como un proyecto de vida, ya sea a corto, mediano o largo plazo. Los desarraigados sacan pecho para decir que el día más feliz de su existencia fue cuando abordaron un avión y despegaron para cualquier lugar del mundo, aunque muchos ahora tienen finca en alguno de los municipios de Antioquia o, como mínimo, salen a puebliar cada fin de semana. No logro entender. Por eso me uno al coro de los Chalchaleros y pregunto con ellos: "¿Entonces a qué volver?".

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