Es un bazar. Si van, si caminan por las calles circundantes, pueden encontrar de todo: bujías, juguetes, ropa usada, celulares viejos y droga. Los vendedores no tienen puestos, por supuesto, solo tapetes que explayan por las aceras y el asfalto; ubican sus productos a la vista de los transeúntes, quienes ojean con desconfianza de negociantes, para luego comprar alguna mercancía.
Detrás de los improvisados puestos comerciales hay un parque, justo sobre una vía principal, en donde docenas de habitantes de calle se reúnen a consumir droga durante todo el día, enfrente del humo, y el cartón en el suelo, carros parquean sobre la vía, y camiones descargan en la mitad de la calle.
Al mejor estilo de “ventanas rotas” -según la cual la gente tenderá a comportarse peor en entornos degradados físicamente o donde la transgresión de normas es la regla- en la congestionada vía, los carros, taxis y busetas se saltan los pares y adelantan a otros vehículos en contra vía.
Transitar por esta vía es presenciar tanto la convivencia de una media docena de actividades ilegales como la inactividad estatal para regularlas. En efecto, lo más frustrante de todo este episodio -además de que sea una realidad en muchas esquinas de la ciudad, particularmente del centro- es que la calle de la que hablo se encuentra sobre San Juan, a un par de cuadras del centro administrativo de La Alpujarra, y, peor aún, en frente del edificio que alberga la Secretaría de Seguridad de Medellín.
Una ironía territorial, pero un buen ejemplo de la realidad que enfrenta el centro de la ciudad y que no hemos podido enfrentar. Las autoridades han iniciado una serie de operativos en el marco de la estrategia nacional contra el microtráfico, pero sin la integralidad de intervenciones más profundas, muchas de estas acciones han creado -o profundizado- más problemas de los que han resuelto. Hay que superar la pasividad actual de un Estado resignado a la inactividad, pero hacerlo entendiendo las múltiples necesidades que implica la construcción de estatalidad en el nivel local.
La autoridad del Estado no puede ser cuestionada; el centro nos recuerda que es tierra de nadie, o que, por lo menos, no es tierra donde gobierne el Imperio de la Ley. Una situación que no puede continuar.
Twit: los muertos, las riñas y los desórdenes en los que han degenerado las celebraciones de las victorias de la Selección Colombia en el Mundial de Brasil nos demuestran que nuestra sociedad enfrenta, sobre todo, un enorme problema de cultura ciudadana.