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El fondo de las pirámides

12 de noviembre de 2008
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No tiene dientes el Estado para hacerle frente al fenómeno de las pirámides. Ni dientes ni muchas ganas de ponerle freno. Porque el drama que ahora viven millares de colombianos no es cosa de estos días, sino que se remonta a años atrás, siempre con las consecuentes promesas de que no se permitiría la reincidencia de la vieja fórmula en la que el vivo vive del bobo.

Preocupa hasta dónde pueda llegar el malestar. Las reacciones han pasado muy rápido de las lágrimas de desconsuelo a la crispación. En ese sentido, existe el enorme riesgo de que los destrozos materiales a sedes modestas, casi siempre tomadas en arriendo por los avivatos, den paso a la búsqueda de justicia por propia mano.

Además, este parece ser sólo el comienzo del destape de una situación de alcances imprevistos. ¿Cuántas hay? ¿Cuántas se desbarrancarán? La misma reacción en cadena que origina el nacimiento de esta falsa ilusión funciona en sentido contrario una vez desaparece la confianza. Es decir, las pirámides se levantan con una facilidad impresionante y luego caen en los pocos segundos que tarda en multiplicarse el rumor de la quiebra.

¿Y cuánto golpeará esta crisis el ya preocupante panorama interno que se avizora, y se vive, en materia económica? Sería bueno que los que saben expliquen cuál puede ser el impacto del desbarajuste en ese mundo de los miles de millones que van y vienen, sin que se conozca bien su procedencia, aunque todos la suponemos.

Pero más allá de lo que se deba hacer en materia penal, hay que mirar el fondo del asunto. Aquí, de nuevo, el tema es cultural. Otra vez, la maldita herencia de dos monstruos nos deja su Frankenstein. La corrupción y el narcotráfico han convertido en paradigma el dinero fácil.

Tras él van, incautos y por igual, los putumayenses en Puerto Asís, los vallecaucanos en Tuluá, los tolimenses en Ibagué o los bogotanos en el exclusivo sector de La Alhambra.

Porque no todos le vendieron el alma al diablo a raíz de sus angustias. La señora que pidió prestado el milloncito de ley en una población del Cauca tiene tanta ambición como la encopetada dama del norte que esconde bajo sus lentes oscuros la pena de haberse jugado 500 millones de pesos a la ruleta. La diferencia es el tamaño del saco, que ambas ven roto hoy.

Tengan la plena seguridad de que pronto tendremos medidas; y a la par, trampas. Esto de las pirámides no se marchará fácil de nuestra cotidianidad, porque como tantas otras, es una forma de vida, cuestionable sí, pero tan solo en público. Sólo en público. Ese círculo sólo se romperá con las tenazas de la educación y la justicia, siempre y cuando las dos apunten a la construcción de una nueva sociedad que nos espera más adelante. La verdad, mucho más adelante.

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