En días pasados este periódico presentó el caso de Cuenca Verde, entidad creada por EPM en asocio con algunas empresas privadas y entes gubernamentales, que tiene como propósito recuperar y proteger las áreas de conservación de los embalses Riogrande II y La Fe.
En el artículo se explica cómo, en el Páramo de Belmira, nace un sistema hídrico que alimenta a Riogrande II. Este ecosistema natural es rico en flora y fauna y es el determinante de la conservación y la regulación del agua que emana del mismo.
Sin embargo, aguas abajo aparecen los diferentes fenómenos ambientales propios de las actividades agropecuarias y rurales que afectan negativamente los recursos naturales, como el bosque y los suelos, pero, principalmente, el agua.
El informe señala cómo la ganadería contamina el agua y afecta su cauce para regar los potreros. La producción agrícola, con "el uso indiscriminado de agroquímicos", deteriora la calidad del agua. Adicionalmente, las viviendas aledañas a la cuenca vierten aguas negras. La explotación de material de río es otra actividad contaminante. Finalmente, todas estas actividades afectan los bosques por la tala y la quema de árboles.
Como se dijo en una columna anterior, la expansión y el desarrollo de la agricultura en el mundo han implicado un gran costo ambiental. Dicho desarrollo se ha dado a costa de la destrucción de los bosques, de la afectación y el deterioro de los suelos y las fuentes de agua y de la contaminación de estos recursos.
Colombia no ha sido la excepción. El desarrollo del sector agropecuario ha tenido impactos de gran magnitud sobre los recursos naturales. Excepto por la Amazonía, en el país quedan muy pocos reductos de bosques primarios. Igualmente, los suelos con vocación agrícola y forestal han sido dedicados, en buena parte, a la ganadería improductiva. Todo esto ha afectado las cuencas hídricas.
Los esfuerzos de las autoridades ambientales y agrícolas tendientes a asegurar un uso más adecuado del suelo y a garantizar la preservación de los recursos naturales han sido poco eficaces.
Hasta el presente no ha sido posible crear las bases para un desarrollo agrícola sostenible ambientalmente. La razón de ello es que los incentivos establecidos favorecen la ampliación de la frontera agrícola en contra del uso intensivo y adecuado del suelo.
Lo que pasa en el Páramo de Belmira ilustra cómo dichos incentivos y la acción del hombre afectan negativamente los recursos naturales y, en particular, el agua.
El reto de Cuenca Verde es inmenso. Sin comprar los terrenos que se quieren preservar, sin utilizar ningún tipo de incentivo que contrarreste los originados de las reglas de juego vigentes y sin el apoyo de una regulación y un control proclive al cuidado y la sostenibilidad de los recursos naturales, quiere cambiar el curso de los acontecimientos.
La entidad espera que, con base en la educación y la cultura ambiental de los pobladores, haya un manejo sostenible de las cuencas hídricas. Esta es una apuesta arriesgada y llena de retos. El tiempo dirá si ella resulta eficaz y se convierte en un ejemplo para el país.
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