Le tengo reticencia y hasta miedo al derrochador. Derrochar es malgastar, gastar mal, motivo de desconfianza. No está bien quitarles a las cosas el sentido que las determina. No es raro que quien derrocha, termine hasta con la fama.
Alguien leyó sorprendido: "Conozco gente que se enriqueció derrochando. ¿Cómo? Amando". Desde entonces tomó la decisión de prestar atención a que cada latido del corazón tuviera el sello del amor. Increíble milagro el de incrementar el amor derrochándolo.
En diciembre hasta el sol es puro derroche de amor irradiando luz. La atmósfera adquiere una transparencia que no es de este mundo, que viste de encanto indefinible hasta el más recóndito lugar del alma, en que ojos y corazón estrenan góticos paraísos.
Dios es un derrochador, divino. Derrocha lo que tiene, igual a lo que es. Simplicidad absoluta, es lo que tiene, tiene lo que es. Es decir, Dios se derrocha. Derrochar tiene en él sentido reflexivo, no transitivo, pues la acción de derrochar recae sobre sí mismo. Dios no derrocha, se derrocha.
¿Puede Dios derrochar lo que es? Sí. Lo derrocha en el hombre, que es infinitamente menos que él. Mayor derroche imposible. Cristo, "siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo haciéndose un hombre cualquiera" (Flp 2, 6-8). Contemplar con esta luz el pesebre, es quedarse perplejo ante tan descomunal derroche.
En diciembre se intensifican los lenguajes del derroche. Los medios de comunicación tratan de aprisionar el infinito autoderroche divino. Adornos, regalos, aguinaldos, pesebres, velitas, novenas, villancicos, viajes, visitas, idas y venidas de toda clase.
Diciembre es para hacer del derroche material símbolo del derroche espiritual. Me cultivo con esmero para que cada sentimiento, pensamiento, palabra y obra en mí sean de amor. Que cada gesto mío sea puro derroche de la ternura divina del pesebre.
Aprovecho diciembre, adviento y Navidad para descubrir en mi más profunda intimidad quién soy, qué camino recorro y adónde quiero llegar, hasta quedarme absorto contemplando sin parpadear el derroche de grandeza que se esconde en la pequeñez del pesebre.
Lo que la Madre captó con agudeza singular. "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la pequeñez de su esclava". El milagro fascinante de la Navidad.
Quien quiera embriagarse de la Navidad, dedíquese a recoger lo que Él vive derrochando, divinidad.
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