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DERECHOS DE LAS VÍCTIMAS SE DESVANECEN

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03 de febrero de 2013
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Hoy se adornan buenas y malas iniciativas haciendo uso de la expresión los derechos de las víctimas. Parece que una mera referencia colorea todo de bondad y da vía libre a que se haga lo que sea bajo el manto de los derechos de las víctimas.

La frecuencia con la cual se hace uso retórico de los derechos de las víctimas puede estar acabando con su significado. Por lo que la expresión es tan repetida, ésta hace tránsito a muletilla sin sentido. Cuando no se sabe qué hacer o cómo justificar algo se introduce la promesa: que sea por los derechos de las víctimas.

Así, los derechos de las víctimas están abstractamente, en verbo, en todo lado -porque todo el mundo se refiere a ellos, pero no están concretamente, en vida, en ningún lado- porque las víctimas (los sujetos, los referenciados, los destinatarios) no experimentan nada distinto a la promesa de un lindo lenguaje.

Que no se me vaya a malinterpretar: estoy completamente a favor del respeto y la garantía de los derechos de las víctimas; pero advierto que, en vez de avanzar hacia su materialización, el país profundiza en una faena que sustituye el contenido de los derechos por un cliché.

Las víctimas que, supuestamente, tanto nos importan se vuelven entes sin historias, porque penetrar en su sufrimiento o en su vida particular nos generaría molestia y preocupación. Es más fácil dejarlas lejos, abstractas, en masa. Conocer a Patricia o a don Pedro o a doña Berta sería romper la coraza y aterrarnos con sus vivencias, sus necesidades y sus expectativas. Conocerles o indagar por ellas quiebra la desconexión que brinda la alusión abstracta a las víctimas: unos sujetos de derecho, objeto de protección. Preocuparnos por lo que hay detrás de cada persona rompe las reglas del laberinto administrativo que predica que todas son iguales, que todas recibirán el mismo trato, el prometido: los derechos de las víctimas.

Además de hablar de derechos tenemos que concernirnos con llenar de contenido práctico esas nociones y garantizar que discursos tan bonitos se traduzcan en algo.

La ambigüedad del contenido de los derechos y su apreciación ilusoria conducen a confundir entre la declaración de tener derecho a algo y el estado de ese algo. Por ejemplo, como tanto se ha repetido que el gobierno actual respalda y protege el derecho de las víctimas a obtener reparaciones se genera la percepción social de que las reparaciones gozan de amplia salvaguardia y se están realizando.

Sin embargo, las declaraciones no se materializan; y se evidencia, por el contrario, una situación de necesidades y de expectativas insatisfechas que produce frustración social en dos vías: con el paso del tiempo, las víctimas se estrellan al ver que su situación no cambia y, a su vez, la sociedad (que no conoce en concreto la situación de las víctimas) percibe que esos seres de los que tanto se habla y tanto se les da (en discurso) nunca están satisfechos.

De esta manera, se acentúa una concreción falsa de los derechos de las víctimas, atribuyéndoles un contenido prometido y consignado en nociones abstractas, pero que están lejos de calificar la realidad de las víctimas, marcada diariamente por la necesidad y la anomia. Si seguimos así, las víctimas seguirán con derechos, pero a la deriva.

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