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Democracia y oclocracia

  • Ernesto Ochoa Moreno | Ernesto Ochoa Moreno
    Ernesto Ochoa Moreno | Ernesto Ochoa Moreno
05 de marzo de 2010
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Supongo que el desprevenido lector enarcó las cejas cuando leyó en el título esa extraña palabra: oclocracia. Que conocen los politólogos, los historiadores y los que todavía nos interesamos por las etimologías griegas, pero no hace parte del vocabulario común.

El vocablo que nos ocupa viene del griego: oclos=muchedumbre y cratía=poder. Es el poder de la muchedumbre. El diccionario la define como "gobierno de la muchedumbre o de la plebe" y, como se anota en Wikipedia "según la visión aristotélica clásica es una de las tres formas específicas de degeneración de las formas puras de gobierno? A veces el término se confunde con tiranía de la mayoría, dado que están íntimamente relacionados".

Siguiendo esta misma fuente, para el historiador griego Polibio, "cuando la democracia se mancha de ilegalidad y violencias, con el pasar del tiempo, se constituye la oclocracia", que este autor considera como el peor de todos los sistemas políticos, el último estado de la degeneración del poder. Para Rousseau, en " El contrato social ", la oclocracia es la degeneración de la democracia. El origen es una desnaturalización de la voluntad general, que deja de ser general tan pronto como comienza a presentar vicios en sí misma, encarnando los intereses de algunos y no de la población en general, pudiendo tratarse ésta, en última instancia, de una "voluntad de todos" o "voluntad de la mayoría", pero no de una voluntad general.

La oclocracia, como lo confirman todos los analistas, está en el origen de los totalitarismos. Abundan los ejemplos en la historia antigua y contemporánea. Sin retroceder mucho en el tiempo, el nacionalsocialismo del Tercer Reich y la dictadura del proletariado en Rusia son ejemplos típicos de oclocracia. Y sin ir muy lejos geográficamente, nosotros tenemos aquí a la vuelta de la esquina, oclócratas bien conocidos: los Castro en Cuba y Chávez en Venezuela. Los dictadores se mantienen y sostienen amparados en la mentira de que representan a las mayorías, al pueblo. Por eso persiguen y suprimen a opositores y disidentes.

Mucho va del "demos", de la democracia, al "oclos" de la oclocracia. El peligro es ese: que la democracia se deje atraer por el canto de sirenas de las mayorías. La gran tentación de un gobierno demócrata es la oclocracia. Y en este orden de ideas, hay que tener mucho cuidado para evitar que la democracia participativa, que es necesaria y saludable, sea manejada para disfrazar oclocracias.

Concluyo con esta cita del economista y politólogo cubano, en el exilio, Gerardo E. Martínez-Solanas: "La democracia participativa no apunta tampoco a una oclocracia de las masas gobernando a golpes del capricho popular. No es así, porque estas oclocracias entronizan tarde o temprano a un líder mesiánico que acaba asumiendo facultades de dictador. Por eso hay que insistir en el consenso nacional indispensable en materia jurídica y constitucional que desarrolle a plenitud la aplicación y el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales internacionalmente reconocidas. Sin ese requisito, la participación puede convertirse en una odiosa dictadura de las mayorías, que siempre evoluciona fatalmente hacia la oligarquía totalitaria".

Y añade: "Ese paso definitivo hacia la democracia participativa implica un firme e inquebrantable poder judicial y una cultura política y social que acepte el desacuerdo de los demás, que respete los derechos de las minorías y que busque incansablemente el consenso antes de proceder a la fórmula mayoritaria. Además, cuando la fórmula mayoritaria sea indispensable para superar un impasse, que la constitución y las leyes contemplen mecanismos y defensas que impidan el triunfalismo y el revanchismo. La democracia participativa es una OBRA DE TODOS, incluso de los perdedores en el proceso político de tomar decisiones, porque TODOS contribuimos a la controversia enriquecedora de la diversidad". (Mayúsculas en el original).

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