Sobre la misión de la escuela se han debatido dos corrientes: la de la enseñanza y la del aprendizaje. La primera defiende la transmisión de conocimientos, criticada con particular énfasis por Paulo Freire, quien la bautizó pedagogía bancaria; y la segunda, que promueve la búsqueda personal, ese "se hace camino al andar" que vuelve poesía Antonio Machado.
Con el segundo enfoque, recordé el privilegio que tuve con mis profesores de filosofía y literatura, quienes me dieron licencia en sus clases para que, a la vez que conocía el curso de la historia, encontrara instrumentos y motivación para hacer mi propio pensamiento y escribir sobre mi propia historia.
De la universidad tengo dos gratos recuerdos. Uno, con un profesor que muchos tildaban de loco, y de pronto tenía mucho de eso, pero de buena locura, Javier Vásquez, de amplios conocimientos, y formidable intérprete del teclado. Razones tendrían quienes lo etiquetaban así, por la apariencia de su ingreso a clase de siete de la mañana, algunas veces de camisa por fuera y corbata más colgada que puesta. De su curso de Historia de la Cultura, recuerdo agradecido la puerta que allí me abrió para antojarme de escribir lo que cavilaba en mi experiencia de vida. Para el trabajo final, simplemente transcribí lo que escribía en sus clases y rumiaba por varios días. Cuando lo recibió, tuvo delicadeza y respeto con la opción tomada de hurgar esa huella de cultura que había recogido y procesado en su aula.
En las clases sobre Teoría del Conocimiento, el profesor Alejandro Restrepo, otro loco de los buenos, quien, abstraído en su cuento, llegó a fumar a dos manos, me puyó, también con su manera suelta de dar las clases, a que siguiera rumiando mi propia historia, no desde la nada, sino dentro de contextos que antojaban abrir otras perspectivas. En la última semana del semestre, bajando las escalas de la Facultad a la cafetería, me dijo: "No me has entregado los tres trabajos". El lunes siguiente le entregué unas cuartillas con portada que decía: "Teoría del Conocimiento/ Tres trabajos", que, igual que en el caso de Javier, lo escrito y su título parecían ajenos a lo pedido.
En general, la educación, sobre todo las áreas de filosofía y literatura tienen que ser pretextos para desarrollar la propia formación, para que a través de sus relatos logremos encontrar eso que hay nuestro en la historia, y la que hacemos, ojalá a través de la escritura personal.
En nuestro siglo, sigue siendo válido lo que cuatrocientos años antes de Cristo proponía la mayéutica socrática. Más importante que la historia de la filosofía y la literatura, más importante que conocer las diversas culturas es el gnosce te ipsum, conócete a ti mismo -y conocerás el universo-.
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