Nos dimos un viaje de 12 días mi señora, cuatro parientes y yo, al sur del continente. Visitamos Santiago de Chile, el sur de este país, el sur de la Argentina y Buenos Aires.
Aparte del encanto de las ciudades capitales, ordenadas, bien cuidadas, con la excepción de los grafitis en Santiago, conocimos los paisajes, las riquezas y el desarrollo del principio de la Patagonia. Digo principio porque no llegamos hasta el extremo sur, que quisiera conocer en otra oportunidad.
Quiero resaltar, porque me sorprendió, que en estas zonas extremas hablen y muestren con orgullo lo que significa la carretera Panamericana. De Puerto Varas fuimos a la isla de Chiloé para ver los pingüinos y miles de cisnes de cuello negro. Un espectáculo de verdad maravilloso. Al pasar en ferry del continente a la isla, nos mostraron cómo avanza la obra de doble calzada de la mencionada carretera. Nos explicaban que es una vía que comunicaría el continente americano, desde el extremo sur, Cabo de Hornos, hasta Alaska, pero que se interrumpe entre Colombia y Panamá. Ellos sí ven la importancia de esta carretera, la están haciendo hasta en los lugares más remotos, cosa que nosotros no hemos querido entender. Nos debería dar vergüenza.
Llegamos a Medellín y nos encontramos con la noticia de una concesión para explotar 3.000 hectáreas de madera en la selva húmeda tropical de Chocó. Una tala de árboles para enriquecer a una firma extranjera sin importar el daño ecológico que allí se está causando. Mientras tanto, el argumento para no dejar construir la vía Panamericana es el daño que se hará a la selva húmeda tropical.
En Colombia son 50 kilómetros de carretera que hay que construir, supongamos que se necesite un ancho de banca de 25 metros para una buena vía, serían 125 hectáreas de bosque que habría que tumbar. Mucho menos que cualquiera de las fincas que hay en la región y muchísimo menos que las tres mil hectáreas que se concedieron para beneficio de unos particulares.
En estos días me envió el doctor Mariano Ospina Hernández, Director Ejecutivo de la Fundación Mariano Ospina Pérez, el dato de la deforestación que se está produciendo en las selvas chocoanas en los últimos años y, de seguir así, en una década más no existirá esa riqueza ecológica que tenemos en Chocó.
Si el argumento de los opositores a la vía es que los colonos se meterán a tumbar selva una vez hecha la carretera, también, para evitar esto, hay soluciones, si es que no somos capaces de establecer un control eficiente. Se hace una vía elevada de cincuenta kilómetros y se evita ese problema, ejemplos hay en el mundo, y muchos, de vías elevadas sobre pantanos y sobre terrenos agrícolas.
Para poner un ejemplo: la doble calzada de Buenos Aires al aeropuerto internacional es elevada. No podemos seguir siendo inferiores a nuestros compromisos con el continente y seguir mirando con la miopía que nos ha caracterizado frente al desarrollo, de lo que siempre hemos dado tan funesto ejemplo.
Con la construcción de esta carretera se podrá hacer el puerto sobre el Pacífico en el norte de Chocó, que servirá como puerto alimentador del canal seco entre éste y el futuro puerto de Urabá.
El país tampoco se puede dar el lujo de no tener más puertos sobre el Pacífico, si de verdad estamos mirando hacia los países del Oriente para establecer relaciones comerciales de importancia con China, Japón, Taiwán, y todos los otros países asiáticos en desarrollo. El Valle no se debe oponer más a estas necesidades de Colombia entera. A Chocó hay que darle oportunidades como es la de unos puertos en su territorio.
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