Bernardo Ángel, el actor de la Barca de los Locos, tuvo que perseguir un día al poeta nadaísta Darío Lemos, ese que tenía "chaqueta de aviador que nunca estuvo en la guerra", para recuperar la máquina de escribir que este le había robado.
La había prestado a Ómar Castillo para que escribiera unos poemas. A los días, Ómar le contó que había encontrado al nadaísta que, según el mito, pisó la hostia, y lo invitó a almorzar a su casa. En (in)cierto momento, el anfitrión fue a buscar alguna ropa para darle al mejor poeta de la generación nadaísta (con perdón de los otros mejores, y de Gonzalo Arango, a quien le robé esta frase), que ya andaba arrastrando una pierna a punto de reventar por la gangrena.
—Cuando volví, Darío se había ido y se había llevado la máquina —le dijo Castillo.
Poco después, Bernardo, animal de la urbe —vive en inquilinatos, escribe en cafés, corre, deambula por ella—, vio a Darío Lemos caminando por Junín y echó a correr para alcanzarlo. Notó que el poeta se metió en el agujero de un zapatero. Hasta allí llegó el actor y encontró su Remington en un rincón, y la recuperó.
—No, maestrico —intentó explicar el otro—. Usted sabe...
Pero, no, Bernardo no sabe. No tiene certezas. Por eso hace teatro desde 1956, cuando se salió del Seminario, envenenado de poesía por la imagen de Baudelaire, inspirado en los rituales de los actos litúrgicos, que también moran en la esencia del teatro. Por eso escribe manifiestos, esos poemas con que exorcisa el vacío. Reunió algunos en un libro titulado Transfiguraciones.
—La incertidumbre hace que florezca la vida —habla a Lucía Agudelo, la actriz que abordó la Barca en 1981, y yo, en una escalas de la base del Bolívar ecuestre del parque.
—¿No es difícil actuar en el Parque de Bolívar, compitiendo por atención con el ave que cruza, la mujer bella que va, el pregón del vendedor...?
—Uno debe tener fe en lo que hace. Además, quien se mete o pasa por la obra, queda involucrado.
—El nuestro es un teatro para el misterio —dice Lucía.
5:30. Los actores suben a la rotonda a hacer ejercicios de calentamiento. Lucía hace contorsiones. Bernardo salta la cuerda como boxeador. 6:00. Él esparce incienso; ella riñe con el viento intentando encender seis velas. Gritan a dúo: "La Barca de los Locos presenta: Conflagración. Autor: Bernardo Ángel".
20 minutos de despliegue físico y vocal. Andan entre la gente. "¡Tinto, tinto…", pregona una mujer. Él: traje negro, sombrero negro; ella: traje negro, largo; ambos descalzos. Diálogos cuestionan la realidad, aluden al placer, al dolor.
Al final, el aplauso, la incertidumbre.
—Tenemos que seguir, seguir actuando hasta que un día Bolívar se baje del caballo y nos diga algo —dice un Bernardo sudoroso, ya sin sombrero.
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