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Antioqueños en plural

La diversidad es la posibilidad de hablar de una Antioquia que no tiene una sola definición, ni una sola raza.

09 de agosto de 2013
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La primera mirada los muestra distintos. De pronto parecidos, con algunos rasgos similares, pero cambia el color de la piel o el pelo es más churrusco o menos churrusco y sucesivamente. El imaginario, en cambio, ha dicho que los antioqueños, sobre todo esos que se dicen paisas, son unos berracos, pujantes, echados pa’ lante, trabajadores, exagerados, religionalistas y el etcétera es larguísimo.

“En términos generales hay muchas clases de imaginarios que no son necesariamente ni falsos ni reales. Son un conjunto de imágenes mentales, de discursos, no siempre muy bien racionalizados, como una idealogía, o no siempre muy bien estructurados, como un discurso científico”, dice Juan Camilo Escobar, historiador y profesor de la Universidad Eafit. Ese de la raza antioqueña, de que existe en Antioquia una raza específica, es el que tiende a dominar. Entonces tendría que venir la pregunta de si existe un raza antioqueña y habría que mirar la historia y devolverse casi hasta los siglos XVIII y XIX, cuando hubo una mirada primero y luego un cambio. Las descripciones de los gobernantes españoles, en los informes a la Corona, especialmente los de MonyVelarde, hablaban de una tierra fértil, rica en minerales, habitada por una población desorganizada, de poca iniciativa, sin interés por producir suficiente riqueza, por explotar ese lugar tan rico, tan maravilloso. Una gente tonta y pobre y atrasada.

Dice Juan Camilo que, por supuesto, hay que tener en cuenta el contexto y los intereses. Quería que la Corona encontrara que su trabajo estaba dando frutos en esas tierras y en esa gente. “Descripciones que no pueden ser vistas como objetivas y completamente reales, sino cargadas de un punto de vista y una parcialidad”. Ahí están los primeros imaginarios.

Después viene ese cambio político, en el que las narraciones y las descripciones sobre el antioqueño toman otro tono. Empiezan los procesos de independencia. Crecen la explotación minera, el comercio, la agricultura, los procesos industriales y, con ello, una clase social de origen antioqueño que empieza a tener importancia en términos económicos. “Cuando en el siglo XIX se intenta explicar por qué la gente de Antioquia es así, se acude a una explicación de carácter racial, no sociológica. Se dice que es esa capacidad de trabajo, de crear empresas y negocios. No son los recursos económicos, ni la experiencia, ni que se hayan apropiado de las principales redes de transporte. No es por esas razones, sino porque pertenece a una raza específica, superior. Lo lleva en la sangre. Hace parte de una raza de origen europeo, blanco caucásico, que es como aparece en los documentos y los textos escolares hasta mediados del siglo XX”.

Imaginario que no se ha ido, todavía. Aunque algunos, muchos, lo cuestionen, lo modifiquen, le quiten o le pongan. La clave está, también, en que no eran, y no son, todos los antioqueños. La pregunta podría ser, entonces, si existen diversos tipos de antioqueños.

La palabra debería ser diversidad. Antioquias, la exposición del Museo de Antioquia, que es una de las actividades del Bicentenario, lo plantea desde el guión curatorial. “Lo que intenta es mostrar las diferentes Antioquias, los diferentes personajes, grupos, comunidades, que no hay única definición de lo que es ser antioqueño”, explica Verónica Mejía, asistente de curaduría.

La diversidad existe. También se trata de equilibrio. Ni generalizar, ni particularizar. No se podría decir que existen tipos de antioqueños, señala Juan Camilo, también curador de Antioquias, porque las divisiones terminan por ser arbitrarias, imprecisas. “Nos cuesta trabajo deshacernos del intento por describir la esencia de las poblaciones. Está olvidándose que existimos desde hace por ahí cinco siglos, en un mundo global, mundializado, en el que están permanentemente fluyendo diferentes ideas”.

Los antioqueños podrían definirse como la gente que nace, o crece, en ese lugar que es Antioquia. Un territorio de diferentes combinaciones del mundo judeo cristiano y grecorromano, y también de Asia, África y América precolombina. A lo que hay que sumarle, al antioqueño de hoy, el mundo global: lo que trae la tecnología, los viajes de los que se van y vuelven para compartir lo aprendido. “Ese contacto empieza a generar transformaciones. Las diferencias son impredecibles. Somos habitantes de un mundo globalizado”. 

Territorio que se comparte

Describir las características exactas de cómo es un antioqueño y qué tipos de antioqueños hay, de acuerdo con lo anterior, podría ser impreciso, por los cambios, por lo general y lo particular. No obstante, vuelve la palabra, diversidad. Hay algunas características que se comparten por convivir en un mismo espacio. Solo que Antioquia es grande y las mismas personas no llegaron a ese territorio y eso marca diferencias -o semejanzas-, desde hace tiempo. Desde hace 200 años. Devolverse en la historia es una manera de explicar (hay más, como el clima o el lenguaje), no la característica, sino algunos de los elementos que hace a los antioqueños diversos.

En el siglo XIX se habla de ese antioqueño colonizador, que se enfrenta a condiciones adversas de las que ha salido victorioso. Ese que se quita esa descripción de vago y perezoso, por una de trabajador y progresista, con una región productiva. “A finales del siglo XIX se reconoce a Antioquia como región pujante, una de las más ricas del país, poblada por gente que ha desplegado esfuerzos muy grandes. Sujetos emprendedores, de familia y religión católica”, cuenta María Teresa Arcila, docente e investigadora del Iner.

A la minería y a los negocios hay que sumarle la caficultura. Ideas que siguen paulatinas durante el siglo XX, hasta 1930, más o menos, cuando hay un cambio: la gente de pueblo empieza a migrar a la ciudad y la del campo a los pueblos. La vida urbana trae la industria y vuelve el viejo discurso, “la vieja narrativa del siglo XIX, que fue producida por unas élites patriotas. Un relato que no se transforma, sino que se llena de nuevos contenidos”. El del hombre trabajador, honrado, honesto. Es el antioqueño que aparece de primero en la mente: el de carriel, sombrero y ruana, el arriero, el campesino cafetero, el empresario. Una forma de expresarse, precisa María Teresa, del centro de Antioquia: suroeste, Valle de Aburrá, Norte, Occidente y Sur. Son, por llamarlo de alguna manera, los paisas.

Solo que la colonización llegó a otros lados, que no estaban vacíos. A Urabá, además de esos antioqueños primeros, llegaron personas de Cartagena y Barú, así como otros del Chocó y población indígena. “Estos antioqueños que van con esa visión del mundo se tienen que encontrar con gente que viene de otras regiones del país, con otras maneras de concebirse así mismos e, incluso, con otras formas de ver a los antioqueños”. Hay una transformación que se da por las interacciones humanas y con el medio. Relaciones culturales y sociales, de tensión y confrontación. De eceptar lo del otro y también lo propio. “Mi hipótesis es que se empieza a configurar algo así como un nativo. Ya hay jóvenes nacidos allí, de papás antioqueños y mamá chocoana. Empieza a emerger un relato de cómo es que somos los de Urabá, que no somos como los paisas, ni tampoco como los cordobeses. Somos de aquí”.

Igual pasó con otras zonas. Al Bajo Cauca y el Nordeste, que limita con el Sur de Bolívar, un territorio de caños y ciénagas. A finales de la época colonial Antioquia no influía tanto. Mompox era el centro comercial más importante en el río Magdalena y llegaba hasta Santa Fe de Antioquia, y fue fundamental en esta zona. El oro que se explotaba allí se iba para Mompox. “La gente en Remedios, por ejemplo, ha hablado costeño. Carrasquilla hablaba de eso. La influencia de la Costa ha sido fuertísima”.

El Magdalena Medio, zona de Yondó, Puerto Berrío, Puerto Nare, tiene influencia de lo que pasa con el río Magdalena. Su historia pasa por la presencia de población esclava e indígena que se escondía en sus selvas espesas. Población que con el tiempo se ha llamado rivereña, que han aprendido a convivir con la inundación y la sequía. “Una gente que no es indígena pura, ni afrodescendiente pura, sino rivereña. Igual, los antioqueños que migran de acá, se encuentran en ese territorio”. También hay que sumarle otra influencia: la violencia. Eso también les ayuda a su definición propia: somos aguerridos, luchadores.

Otra zona más es la de Vigía del Fuerte y Murindó que, geográfica y administrativamente es Antioquia, pero, dice la investigadora, socioculturalmente es Chocó.

Cada territorio, por tanto, se fue construyendo con una combinación de tradiciones, de saberes, de maneras de mirar el mundo y eso configura esa diversidad, que sigue cambiando. Que se sigue construyendo. María Teresa comenta que hay una hipótesis y es que no se ha logrado, todavía, consolidar “una narrativa de identificación antioqueña completamente nueva. Es como si hubiera elementos sueltos que no logran articularse”. Los paisas son un ejemplo, algunos empiezan a cuestionar esa concepción tradicional.

Quizá tiene que ver con el mundo global, con la posibilidad de no clasificación y, por supuesto, con la diversidad. Hay semejanzas, tanto como diferencias. Entre los que están más cerca y entre los que están más lejos. Solo hay un nombre seguro, preciso y exacto, que es de todos: antioqueños.

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