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ÁNIMO, COLOMBIA

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11 de junio de 2012
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El dolor causado por la sevicia con la que Javier Velasco mató a Rosa Elvira Cely causó una indignación colectiva como pocas en Colombia. "Capturado el violador. Que se pudra en la cárcel", trinó Juan Manuel Santos . Más de 8.000 personas marcharon por el Parque Nacional -maldito sitio elegido por el violador- gritando con desespero, ¡justicia! Más de un congresista salió a decir que se llegó la hora de la castración química, de la pena de muerte, pero eso sí, ¡la prueba de alcoholemia obligatoria para conductores ni de fundas! ¿Donde eso le pase a mi hermana, mi esposa o mi mamá? ¡Líbranos, Sagrado Rostro!

Rosa Elvira murió a pene, patadas, puños y empalamiento. Una película repetida y con el mismo protagonista. En mayo de 2002, Javier Velasco llevó a tomar traguito a Dismila Ochoa . La noche de copas y pasión terminó en violación y asesinato a machetazos. ¿Cómo fue posible que estuviera en libertad semejante adefesio de persona? Sencillamente, y con el respeto que se merecen los jueces, por el sentido no romántico sino romanticón de una justicia conmovida, a pesar de la materialidad de los hechos. Velasco fue declarado inimputable. 30 años de cárcel por homicidio, sería un grave error. El juez creyó que con quince meses de condena, dos salarios mínimos de caución y la promesa de ingresar a Alcohólicos Anónimos, sería suficiente para esta pobre víctima de los demonios que habitan la mente de un loquito. Qué pecaíto.

La historia se repitió una noche de mayo de este año. Simplemente el turno, como cuando dan un ficho para una cita en la EPS, le tocó a Rosa Elvira. En caliente, aprovechando el brote de fervor justiciero, muchos salieron a figurar como adalides. Con cara de moral incólume aseguraron que a una mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa y que si no cuidamos a los niños no tendremos futuro. ¿Y entonces?

Casos como este, con toda seguridad se presentan a diario en Colombia. Niños manoseados y violados en silencio a cambio de confites. Mujeres con los ojos morados, subyugadas por la fuerza bruta de sus sementales. Madres embarazadas por el sexo con odio. Mientras tanto, el Estado se cree las caras de borregos degollados y las lágrimas de cocodrilo de los monstruos. Eso sí, de vez en cuando, damos ejemplo: vaya pues tóquele las nalgas a alguien en la calle para que le pase lo mismo que al ciclista en Bogotá, que le clavaron un montón de años de cárcel porque "eso-no-se-hace".

Lo triste de esto es que la laxitud judicial no es solo para los carnívoros violadores. Mafiosos conversos se benefician de las ofertas judiciales. Ni se diga de los delincuentes de cuello blanco, expertos en negociar. Ah, pues claro, el proyecto de Marco para la Paz me cayó de papayita para el ejemplo. ¡Apúrele, temporada de precios bajos!

Colombia, desde los años de upa, vive en una neurosis colectiva. También hay mucho esquizofrénico suelto y no me refiero al sentido clínico de la palabra, sino al sentido común: muchos loquitos conscientes de sus actos, llenos de viveza, meten más goles que Messi y Ronaldo juntos, demostrando la falta de carácter de una sociedad que requiere justicia de verdad.

Esa carencia se traduce en un verdadero flagelo: la impunidad. Ánimo, Colombia, que el futuro del país es promisorio, a pesar de nuestros violadores, abusadores, ladrones, bandidos, narcos, guerrilleros y paramilitares.

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