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Alejandra retrata a Leo Matiz

La hija del fotógrafo colombiano recuerda al genio que siguió la historia del siglo XX.

  • Alejandra retrata a Leo Matiz | Tras las huellas de su padre, Alejandra Matiz disfruta el desierto en su reciente visita al Medio Oriente. FOTO CORTESÍA
    Alejandra retrata a Leo Matiz | Tras las huellas de su padre, Alejandra Matiz disfruta el desierto en su reciente visita al Medio Oriente. FOTO CORTESÍA
14 de septiembre de 2013
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De espíritu libre y viajera permanente como su papá -"no podemos estar quietos en un solo sitio"-, Alejandra Matiz Caicedo mantiene vivos los recuerdos de la prodigiosa vida de Leo Matiz, un hombre que al finalizar la II Guerra Mundial fue reconocido como uno de los 10 mejores fotógrafos del mundo.

Con una memoria fotográfica, Alejandra recuerda a este genio que a través de los lentes de las más de 500 cámaras que llegó a tener, registró la historia visual de América Latina en el siglo XX, la de buena parte de Europa y África.

Invitada especial al séptimo Festival Fotográfico de Santa Fe de Antioquia, que tuvo lugar del 6 al 8 de septiembre, la directora de la Fundación Leo Matiz, en entrevista para El Colombiano, habla del artista, del eterno viajero, del hombre que se casó siete veces, del padre que durante sus últimos 20 años de vida -antes de fallecer el 24 de octubre de 1998- siguió registrando la vida con un solo ojo. "A sus 80 años decía que no tenía que ver mucho para tomar una buena foto".

Alejandra recuerda el nacimiento de su padre en Aracataca, doce años antes que el Nobel de Literatura, sobre el lomo de un caballo. Un hecho que el "grabó" y que luego le describiría a su madre a los tres años de edad. "Era un ser especial, desde que nació; presentía las cosas".

Una facultad premonitoria que lo llevó a pintar en Nueva York, 50 años antes de que lo hirieran en un atraco en Bogotá, la pérdida de su ojo. "Cincuenta años antes había soñado que un ángel le quitaba el ojo y que él se iba corriendo detrás del ángel pero no lo podía alcanzar porque no podía volar, y pinta su propio sueño, un sueño premonitorio".

A pie hasta México
Leo Matiz comenzó como pintor y caricaturista y con este último cargo ingresó al periódico El Tiempo. Corrían los años 30 y la bohemia estaba en su furor. "Mi papá fue uno de los primeros en fumar marihuana con León de Greiff y muchos de esa generación. Si no hubiera sido por Enrique Santos, Calibán, el abuelo del presidente Santos que lo sacó de esa vida seguramente la bohemia lo hubiera llevado a la muerte, como desafortunadamente ocurrió con mi hermano en los años 70".

Calibán le había cogido mucho cariño, le dio 20 pesos para que comprara una cámara y prácticamente lo obligó a volverse un reportero gráfico. Leo insistía que no era fotógrafo, que era un caricaturista, pero le tocó aprender. "Las primeras fotos se las hizo a sí mismo, atando una pita al obturador que luego jalaba".

Empezó a hacer reportajes y a buscar una beca para irse a México o París. "Después de varios trabajos consiguió una platica, tomó un barco y se fue a Panamá. Desde allí se tardó dos años para llegar a México a pie. Dos años durante los cuales vivió toda clase de aventuras, incluido un duelo por el amor de la que sería una de sus esposas".

Entre rejas
Llegó resuelto a triunfar y esos primeros pasos los dio de la mano del poeta colombiano Porfirio Barba-Jacob, quien lo ayudó y lo presentó en la revista Así, donde él trabajaba.

Tenía solo 22 años de edad cuando a Leo lo enviaron, junto con el periodista Luis Spota a infiltrarse como falsos prisioneros en el penal Las Islas Marías. "Vivió un mes preso para un reportaje de lo que allí estaba ocurriendo. El periodista escribía y mi papá hacía fotos. Me decía que pasaron tantas cosas tan brutales que hubo momentos en los que no podía tomar fotos. Cuando publicaron en la revista Así el reportaje el éxito fue total. Hicieron siete reportajes seguidos y esto le da a mi papá la fama de mejor reportero gráfico de México, un premio que en esa época solo concedían a los mexicanos. A partir de ese momento su fama se dispara".

Grande entre grandes
Pronto se convierte no solo en el fotógrafo del muralista Diego Rivera, sino en su gran amigo. Luego conocería a Frida Kahlo, al gran Clemente Orozco y por supuesto al pintor muralista David Alfaro Siqueiros. "Primero fueron muy amigos. Siqueiros quería aprender fotografía y mi papá le enseñaba. Luego le pidió a mi papá unas fotografías de la Revolución Mexicana porque iban a hacer kilómetros de murales -mural Cuauhtémoc contra el mito-. A mi papá le encantó la idea y le hizo 300 fotografías. El mismo se imaginó la Revolución, consiguieron modelos, hicieron los primeros desnudos masculinos en la época de los años 40 y Siqueiros le posó con Ignacio Gómez Jaramillo ".

Para ese entonces Leo Matiz trabajaba para la revista Life y Selecciones del Reader’s Digest. Lo llaman de Naciones Unidas para cubrir como enviado especial el nacimiento del estado de Israel y a su regreso del Medio Oriente se encuentra con una exposición de Siqueiros en el Museo de Bellas Artes. "Fue a verla y eran sus fotos, que Siqueiros había vuelto cuadros. Había ampliado las fotos de mi papá y las había llenado de color. Mi papá se puso furioso y lo denunció".

El hecho casi le cuesta la vida y tuvo que abandonar a México dejando atrás todo. "Solo sacó sus negativos". Cincuenta años pasaron antes de que Leo Matiz regresara al país que lo lanzó a la fama y donde creó su fundación.

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