#SeBuscaAFrancisco
Nombre: Francisco Javier Salazar
Edad: 59
Pasión: Los árboles
Una frase: “Los indígenas me decían que yo era brujo, no entendían cómo podía coger una serpiente mapaná sin que me hiciera nada.”
Nos encontramos con Francisco, más conocido como ‘Pacho’, en el Jardín Botánico. Queríamos conocerlo rodeado de lo que más ama: la naturaleza, porque eso fue lo que nos contaron de él sus sobrinas e hijas en redes sociales, que verlo hablar de los árboles, plantas y animales era algo que uno no se podía perder.
Al principio es algo tímido, la cámara lo vuelve más callado, pero en cuanto comenzamos a hablar de lo que le apasiona, se le olvida la timidez. Cuenta la historia de una ceiba gigante que hay en El Poblado y que hace algunos años atemorizaba a los dueños del lote, que estaban convencidos de que iba a caer encima de un edificio y, además, olía horrible. La orden era clara: tumbarla cuanto antes. Pero él les dijo que podría salvarla, que solo le dieran tiempo. Entonces Pacho se fue con uno de sus trabajadores, y pasaron días limpiándola por dentro, cuidándola, devolviéndola a la vida. Años después, la gran ceiba está más bonita que nunca.
Y así, hay varios árboles en Medellín y en Antioquia que sus dueños daban por muertos, pero él dio un paso adelante, y los convenció de salvarlos, con un paciente trabajo. “Saber cuándo un árbol puede ser salvado de la muerte y cuándo se le debe dejar ir solo se logra con años de conocimiento. Sus muertes son crónicas y más largas,” explica Francisco. Según él, hay que aprender a mirar de cerca su coloración, signos, el secamiento de las hojas, los tallos...
Esta manera de observar la naturaleza viene desde chiquito, a Pacho le llamó la atención todo lo que tuviera vida, fauna y flora. Su papá notó esta obsesión, y siempre que se iba a trabajar al Chocó, se lo llevaba para que recorrieran la selva juntos. De esos viajes volvían con serpientes, orquídeas, ranas venenosas, cuernos... “Y mi mamá traumatizada” dice, riendo.
En bachillerato llegó a tener la colección de cuernos más grande de Medellín, pero no solo de cuernos. Su mamá no sabía qué hacer con las culebras, sapos y flores que llevaba de repente a la casa. “Tuve un serpentario de venenosas a los 13 años, pero me fui de paseo a Santa Marta y mi mamá aprovechó para deshacerse de todo. Casi no la perdono”.
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Uno de los árboles que recuerda más es el samán de Camacol, uno de los pocos que tuvo que aceptar que ya no era salvable. Era un árbol inmenso y muy querido por los dueños del lugar. Él les propuso que encontraría un árbol igualito y lo traería hasta allá. Recorrió el Valle de Aburrá de arriba a abajo hasta que lo encontró, y escogió un lunes festivo para transportarlo. “Pero claro, ese día todo Medellín decidió quedarse en la ciudad y casi no llegamos con el árbol.” Luego de muchos meses de trabajo, el samán se acopló a su nuevo hogar y lleva años allí, dando sombra.
Lo que dicen los demás de él:
Carolina Salazar, su hija: “Mi papá es un ejemplo a seguir, el cuidado, compromiso y pasión por las plantas, árboles y animales es admirable; su amor y ganas de conocer más sobre su vocación lo hace ser un hombre incomparable”.
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#SeBuscaAFrancisco
Esta historia la encontramos a través de redes sociales y seguimos buscando más. Los lunes y los jueves publicaremos una historia de un Francisco que nos hayan recomendado conocer. ¡Postule a su Francisco en los comentarios o escríbanos a interaccionEC@elcolombiano.com.co!