La hermana de Luisa Rodríguez cumplió 19 años de casada y recibió 26 mil flores de regalo. Luisa se las envió desconociendo el total de ellas. No las compró, solo le tomó una foto al “ave del centro comercial” y se la compartió a su hermana por una red social. Le dijo: te mando un montón de flores a ti y a tu esposo.
Así como sacó su teléfono para fotografiar el ave, lo hizo cuando vio uno de los montajes o esculturas hechas con flores que vio en el Orquideorama del Jardín Botánico. “Lindas, lindas, lindas”, decía mientras fotografiaba lo que ella creía que eran unas miniorquideas, algunas tenían un listón: “Ah mira , qué bonitas”, mencionaba, y leía: “primer puesto”...
A su lado, también sorprendida, Julia Seirmann comentaba: “en Europa creo que hay un concurso de flores. No, es solo de rosas, pero no sé dónde lo hacen”. Julia es alemana, de Frankfurt .
La conversación discurría entre el sonido artificial de los pájaros, los ausentes del evento llamado Orquídeas, Pájaros y Flores, el único de la Feria en el que Luisa y Julia iban a estar.
“Lo que me gusta es que no hay uno igual, o por lo menos yo no conozco uno en otro lado”, decía Julia, tan alta que su origen extranjero era notable en el lugar, así hablara muy bien español, un idioma que aprendió en Lima, Perú.
¿Será que duran todo el festival?, se preguntaba Luisa. Miraba los girasoles que colgaban en el Orquideorama como tratando de descifrar el tiempo que permanecerían vivos.
A Medellín no llegaron por la Feria, lo hicieron por trabajo, ambas son investigadoras en comercio y logística, viven en Suiza y vinieron a participar de un evento en una universidad.
Supieron que la Feria de las Flores se hacía por estos días después de ver el big bird (pájaro grande). “Me llamó la atención verlo. ¿Y eso qué curioso, pregunté?”, dijo Luisa con su acento venezolano. Entonces, después de finalizar una jornada de trabajo que terminó más temprano de lo que esperaban, decidieron ir en taxi al Jardín Botánico, más colorido que verde por estos días, y aromatizado por la variedad de flores.
Con ellas dos mujeres más, una rusa y otra de Kazajistán, aunque en el jardín se separaron porque se entendían mejor, hablaban ruso.
“Acá sí hay mosquitos”, decía Julia. Se rascaba las manos y buscaba en ellas picaduras.
Mientras tanto, Luisa se sacudió el pelo crespo y abundante como si tuviera mosquitos también. Contaba que ya había estado en Medellín y sabía que había “una cuestión de Flores”. “Siempre que vengo a Medellín hay algo, una vez me tocó algo de moda, pero no sé qué era”.
“You see them?” “(¿Las ves?)”, le preguntó a Julia. “Están allá atrás”, respondió ella.
También se preguntaba si las silletas eran para decorar, o si la gente realmente se las ponía. Sentía que era una lástima no poder estar en el Desfile de Silleteros. El viernes era el cierre del encuentro en la universidad, otro día largo decían. Iban a cambiar los tenis, chanclas, jeans y pantalones cortos que traían por trajes más formales.
“Si algún día me fuera de Suiza para algún lugar de Latinoamérica, escogería Medellín”, aseguró Luisa. Julia sonrió.
Lo que le gusta a la venezolana de la ciudad son “los edificios de ladrillitos al lado de las matas verdes de hojas grandes y las calles desiguales”.
¿Las vamos siguiendo?, dijo Luisa; sí, contestó Julia, mientras se asombraba por la estructura de un restaurante. “It looks beautiful” (“Se ve hermoso”).