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El presidente que nadie vio venir

¿Cómo una persona de 41 años, 4 de ellos en política electoral, logró lo que a muchos les costó décadas? Aquí su historia.

  • Iván Duque, nuevo presidente de Colombia. FOTO AFP
    Iván Duque, nuevo presidente de Colombia. FOTO AFP
18 de junio de 2018
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La aparición pública de Duque pudo ocurrir antes, en 2010. Hizo aportes para el programa de Gobierno del candidato Juan Manuel Santos, y cuando este fue electo, bajo las banderas de la Seguridad Democrática, sonó para ocupar el Ministerio de Cultura, pero las intrigas, en un gobierno que tenía que sostener su apoyo con representación de diferentes sectores políticos (lo que se convirtió en la Unidad Nacional), bloquearon esa posibilidad.

En ese momento era el jefe más joven de la División de Cultura, Creatividad y Solidaridad del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), al que llegó en 2001 como asesor, recomendado por el entonces ministro de Hacienda, Santos, quien también lo tuvo como consultor.

Tuvo que esperar cuatro años para su epifanía en la política electoral. No fue en vano: logró estrechar su relación con el expresidente Álvaro Uribe, quien por esos días estaba en Estados Unidos dando conferencias.

“Ayúdate que yo te ayudaré”

En agosto de 2010 la ONU creó un comité internacional compuesto por cuatro personas, entre ellas el expresidente Uribe, para que investigaran el ataque israelí contra una flotilla de ayuda a Gaza, que dejó nueve muertos. Uribe le pidió que fuera su asesor.

Al tiempo se convirtió en su asistente profesoral en universidades norteamericanas. Pese a su cercanía con Santos, se quedó con Uribe, cuando los líderes rompieron cobijas.

Según el senador del Centro Democrático, José Obdulio Gaviria, se formó una estrecha relación de colaboración entre ambos por la coincidencia de ideas liberales y democráticas.

Gaviria, quien fue junto al representante por Antioquia, Federico Hoyos, de los primeros en ventilar una candidatura de Duque, desde finales de 2015, recordó que lo conoció en 1997, cuando el Instituto de Estudios Liberales de Antioquia lo invitó a organizar la constituyente liberal, para intentar salvar al partido de los efectos del proceso 8.000. “Desde ese momento se percibía de cultura extensa. Hablaba de los grandes pensadores europeos y norteamericanos. Cualquiera que tuviera contacto con él lo captaba”.

En el BID también conoció a una persona clave en su futuro político: Luis Guillermo Echeverri, hijo de Fabio Echeverri, mecenas de Uribe, quien ahora es su gerente de campaña. Desde ese organismo, en el que estuvo hasta 2013, conoció a dirigentes del uribismo, empresarios y políticos del país, porque las romerías aumentaron en Washington D. C. ante la firma del tratado de libre comercio.

La epifanía política de Duque

Para los cercanos a Uribe no fue una sorpresa cuando, en 2014, invitó a Duque a ser parte de la lista al Senado que él encabezaría, y en la casilla séptima, que le garantizaba su curul. No tenía duda de su potencial y proyección. Otros sectores dentro del uribismo cuestionaron la buena ubicación de una persona tan joven y desconocida.

Duque no pudo estar presente en actividades de la campaña, entre otras cosas, porque estaba entregando su cargo en el BID. Varios de sus compañeros de bancada lo conocieron previo al 20 de julio, cuando se reunieron a definir en qué comisión estarían.

Un detalle, no menos importante, es que Uribe ubicó a Duque al lado izquierdo de su curul. Eso le permitió mayor visibilidad. El representante Hoyos afirmó que Iván, como lo llaman sus compañeros, conformó una unidad legislativa técnica, que le mantenía carpetas con proyectos, cifras y datos actualizados que ayudaron a robustecer los debates que empezó a protagonizar.

“En 2015 me sugirió que hiciera en la Comisión Segunda un debate sobre la llegada de venezolanos. Tuvo la capacidad de adelantarse a lo que estamos viviendo. Fue clave en la mitigación de efectos negativos del TLC con Corea. Le fue bien en los debates de la reforma tributaria, pues advirtió los efectos del aumento de 3 puntos del IVA. Alertó el aumento de deuda en cuenta corriente y el crecimiento del gasto público”.

El plebiscito

El 20 de agosto de 2016 el Congreso autorizó a Santos a convocar al plebiscito con el cual se refrendaría el Acuerdo de La Habana. Duque defendió la necesidad de que el partido hiciera una campaña responsable por el No. Esa posición se impuso. Desde ese momento se convirtió en uno de los jefes de debate de esa campaña al inyectarle argumentos económicos y jurídicos.

Con la firma del nuevo Acuerdo y la refrendación en el Congreso, pese al rechazo de la oposición, no culminó su papel. Presentó una demanda ante la Corte Constitucional contra el fast track (vía rápida) aprobado para la implementación legislativa, que fue fallada en mayo de 2017, y obligó al Congreso a votar punto por punto los proyectos y le devolvió la posibilidad de modificar el contenido de las normas.

¿El relevo o el sucesor?

La vocería del No y el control político en el Congreso los alternó con su precandidatura, que para la gran mayoría de congresistas, fieles a Zuluaga, era una carrera imposible, porque no tenía base electoral ni estructura política.

Desde dos frentes empezaron a promocionarlo: un grupo de empresarios liderados por Fabio Echeverri, su hijo Luis Guillermo y Alicia Arango, exsecretaria privada de Uribe. En el otro plano estaba el Centro de Pensamiento Primero Colombia.

Empezó a realizar talleres bautizados ‘construyendo país’. Iba y venía por diferentes ciudades. No tenía cámaras encima, lo esperaban un par de amigos y ellos mismos lo presentaban ante auditorios pequeños, de máximo 20 personas. Durante 2016 recolectó 5.600 propuestas ciudadanas y, en 2017, con ese insumo escribió dos libros y construyó su programa de gobierno.

Pensar que delante de él estaban dirigentes como Óscar Iván Zuluaga, Carlos Holmes Trujillo y Luis Alfredo Ramos hacía ver inviable su aspiración, pero él se mantenía firme y tal como le dijo hace año y medio a EL COLOMBIANO, no lideraba una campaña improvisada y no buscaba otro cargo. Iba por la presidencia.

Ante la polvareda que se armó en julio de 2017, cuando Uribe dijo en Twitter que Daniel Samper era un violador de niños, Duque fue el único alfil del uribismo que no salió en defensa del expresidente. Fue aprovechado para que cercanos al exmandatario le pidieran que no se fiase, pero este se hizo el de la vista gorda.

Los dos presidenciables no pudieron entrar en la carrera, el primero por el riesgo que se corría con el entramado de Odebrecht vivo, y al segundo la Corte Suprema no definió su situación jurídica. Odebrecht también le hizo sombra a Duque, porque se conoció que participó en una reunión en Brasil en 2010 con Zuluaga y el publicista ‘Duda’ Mendonça, pero apagó ese incendio afirmando que su desplazamiento lo pagó la campaña y nunca se reunió con esa empresa.

Superado ese asunto, empezó a recibir ataques de sus copartidarios por posturas del pasado frente a temas morales y de coyuntura, especialmente del exministro Fernando Londoño, quien lo acusó de ser un “santista camuflado”, “mozalbete inteligentón” e, incluso, le sugirió que, si era consecuente, se presentara como independiente. Duque nunca entró en controversias.

Tenía claro que si el mecanismo de elección era una convención, su posibilidades se reducían. Por eso pidió por una consulta abierta. Como venía en marcha la alianza entre Uribe, el expresidente Andrés Pastrana y el exprocurador Alejandro Ordóñez, en octubre pasado los precandidatos acordaron que la selección se hiciera a través de encuestas y que quien saliera elegido entraría a consulta en marzo con otros sectores afines.

En las tres mediciones el senador salió en primer lugar en intención de voto. La final se hizo entre el 6 y el 9 de diciembre del año pasado. Obtuvo el 29 % de favorabilidad, seguido por Trujillo y Nieto con el 20 %.

Pero no fue suficiente. En la medición de Yanhaas del 22 de diciembre pasado, publicada por EL COLOMBIANO, quedó de cuarto, con el 6 % entre todos los precandidatos. Hasta enero, algunos dirigentes de su partido, insinuaron que había que pensar en el país y que Marta Lucía Ramírez era una buena opción. Ahí aparecía el senador Gaviria como escudo.

Duque no movió su postura y aunque la consulta estuvo a punto de morir, porque Ramírez prefería la encuesta y Pastrana no quería a Ordóñez, Uribe tiró línea y los tres se matricularon para la consulta del 11 de marzo. Previo a ese momento el expresidente le levantó la mano y lo presentó en múltiples escenarios, finalmente era: “el que dijo Uribe”, un respaldo que no es de poca monta.

Poco a poco los dirigentes de su partido fueron rodeándolo en la etapa final de la consulta, y se unificó completamente cuando salió victorioso con 4’031.296. En la campaña de la consulta Duque logró conectarse con la gente y, luego de la consulta, alzó vuelo propio.

Hoy Duque, con una votación histórica, es el presidente de la República y aunque ha sabido moverse con solvencia en la arena política, no ha ostentado ningún cargo en el ejecutivo, su capacidad de gestión está a prueba. Como señala Iván Garzón Vallejo, docente de ciencias políticas de la U. de La Sabana, “la experiencia en el legislativo y en el ámbito internacional es diferente al manejo del Estado. Su vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, es una persona con experiencia, eso equilibra, pero habrá que darle espera para saber si la inexperiencia le pasa factura”. La historia está por ser contada, empieza la era de Duque presidente.

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