El asombro del poema
1
Al principio no estaba muy seguro de que A, el hijo de mi amiga M, un chico de siete años, calculo, dijera con tanto aplomo que sí, que él también quería ver la película que apenas comenzaba a proyectarse en la magnífica pantalla de la casa del propio A.
Más me asombró registrar con qué silencio -gracias, querido A-, con qué independencia siguió A el curso de Casablanca. Apenas terminó (era la ocasión número 437 que yo veía Casablanca, y acaso me quede corto en la cuenta), me impresionó mucho cómo un caballerete de siete siguió inmóvil, ensimismado, encineismado, en la misma posición todo el tiempo, con la expresión alelada.
Todavía esperó unos segundos para darse media vuelta y lanzar la pregunta, con toda serenidad, empeñado en comprender y en imaginarse cómo sería vivir aquello:
-¿A ustedes les tocó cuando el mundo era en blanco y negro?
2
Ya sé que esta historia debió acabarse con la pregunta de A. Sin duda la poesía está en imaginar que hubo una vez que el mundo era en blanco y negro.
Como tantas historias, ésta dio un giro inesperado.
Oí cuando mi mente me murmuró mecánica: “fue la máquina”.
Y tomé mi pequeña máquina que es tan buena y tan completa que me ha dado fama de buen fotógrafo, me acerqué al niño y le mostré cómo, operándola de cierta manera, la pantalla de mi cámara refleja en blanco y negro lo que está enfocando, que tiene colores.
Cuando A se dio cuenta de que la transformación la hacía la cámara, le expliqué:
-Cuando tomaron esa película, todavía no sabían cómo reproducir el color.
Yo me sentía todo un pedagogo, todo un científico y así, con anticlímax de narcisismo, acaba el segundo capítulo de la teoría del conocimiento.
3
Sí, es posible que mi versión fuera muy pedagógica y muy racionalista. Y también muy inductiva demostrándoselo con mi cámara fotográfica. Pero tan prosaica, tan rastreramente prosaica, que provocó una reacción de mi amiga, la madre de A., una reacción que me volvió a elevar a las alturas.
-Mentiras, mentiras -dijo mi amiga atrayendo a su hijo y abrazándolo y sonriendo-. Es mentira que sea sólo que las máquinas no sabían tomar el color. Muchos no se acuerdan -continuó mientras me miraba-, pero yo sí lo tengo presente y te lo puedo contar.
Aquí mi amiga guardó un silencio lleno alegría, con el que estaba invocando su recuerdo:
-En algunas partes brotó primero sólo un color. En mi pueblo estábamos acostumbrados al blanco y negro y, de pronto, todos los campos cercanos se fueron transformando en verdes, en muchos verdes, sólo verdes...
Se detuvo. Era que las visiones que invocaban sus palabras detenían las palabras mismas que, respetuosas, dedicaban el próximo silencio a la milagrosa y gradual proliferación de verdes. Y dijo después:
-Lo hermoso de todo aquello era tanto, que no nos dimos cuenta de cuándo ese cielo blanco de siempre, de súbito pero muy discreto, sin sobresaltos, se había convertido en un cielo azul. Y, así, poco a poco, fueron llegando los otros colores.