El silencio característico del Parque de Ajedrez se hace más notorio con el griterío que llega desde la cancha Marte 1 con su inagotable jornada futbolera.
Pero en el Parque es diferente. Los tableros están en tregua mientras niños con rostros serios buscan el amparo de la sombra de un árbol, almuerzan en silencio en comedores improvisados o aprovechan el receso en la jornada para una partida rápida que les mantenga el cerebro “caliente” para reanudar luego la competencia oficial.
Y en esa ambiente de quietud es imposible no prestarle atención a Mariángel, trepando muros con la agilidad de un gato cachorro mientras espera la hora en la que se sentará nuevamente frente al tablero en busca de la victoria que le fue esquiva en la mañana.
Mariángel Bernal Ospina tiene escasos 7 años. Esta allí porque al momento de elegir entre robótica y ajedrez, algo en ese tablero llamó su atención, más que la intrigante promesa de aprender a construir máquinas.
Todo comenzó, según cuenta Luisa María Morales, su mamá, con las materias electivas que ofrece el colegio bellanita Nazaret, donde aprovechan las clases mencionadas como herramienta de aprendizaje transversal para fortalecer otras asignaturas.
“Un día el profesor se me arrimó y me dijo que veía en la niña condiciones especiales, que le veía futuro. Me preguntó qué hacía los sábados y nos invitó al club que dirige y ella se quiso meter. Yo, al principio, creí que era una goma, pero, vea, ya está compitiendo”, cuenta Luisa María.
En el Festival de Festivales, en el que ayer entró en acción el babyajedrez, Mariángel enfrenta a rivales incluso cinco años mayores que ella. Ni esto ni lo imponente de la competencia que cuenta con más de 400 ajedrecistas de varias partes de la región y el país, intimidan o desenfocan a la jugadora oriunda de Niquía.
Sonriente, intentando saltar por el pequeño muro, asegura que no le importaría perder los siete juegos que componen su participación en el certamen, si ese fuese el caso, y que mucho menos le haría abandonar los varios tableros que ha ido acumulando en casa y que destacan entre el mar de juguetes.
Por ahora, el ajedrez le ha dejado cosas más importantes. Por ejemplo, su buena amistad con los números. “Jugar me ha hecho muy buena en matemáticas”, presume sonriente.
También se ha dado el lujo de cambiar los roles e instruir pacientemente a su mamá en el milenario juego, aunque, por ahora, la aprendiz está lejos de la maestra. “Ella me enseñó a mover las piezas, pero todavía me pongo nerviosa jugando”, cuenta Luisa entre risas.