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En un paraíso del Oriente la “fiera” es Sabina

Un mundo mágico es el lugar donde reside esta novel practicante de las artes marciales mixtas. Su dulzura contrasta con la fiereza que exhibe en el octágono.

  • FOTOs Manuel SaldarriaGa y Cortesía D. González
    FOTOs Manuel SaldarriaGa y Cortesía D. González
  • Dos momentos que han marcado a Sabina Mazo. en la antigua casa de muñecas que de niña era su escondite favorito y que compartía con su hermana mayor (Mariana).
    Dos momentos que han marcado a Sabina Mazo. en la antigua casa de muñecas que de niña era su escondite favorito y que compartía con su hermana mayor (Mariana).
  • El sitio de peregrinación de la virgen María Rosa Mística en El Poblado (sector de La Aguacatala), donde Sabina siempre acude antes de sus peleas. Cuenta la historia que esa Virgen la llevó allí una de sus bisabuelas.
    El sitio de peregrinación de la virgen María Rosa Mística en El Poblado (sector de La Aguacatala), donde Sabina siempre acude antes de sus peleas. Cuenta la historia que esa Virgen la llevó allí una de sus bisabuelas.
13 de diciembre de 2015
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Un búho negro, de unos 50 centímetros, que de lejos parece de ébano y que resulta ser no más que de plástico, luce vigilante con sus ojos agudos y amenazantes, posado en la parte más alta del portón de ingreso a la casa finca ubicada en un recodo de la vía Las Palmas que de Medellín conduce al aeropuerto de Rionegro.

Un hombre, con apariencia de bonachón, abre la puerta mientras intenta controlar, con voz de mando, tres o cuatro perros que asoman juguetones moviendo sus colas.

Minutos antes, Sabina había llegado en un Mercedes plata, supongo que último modelo, que ingresa subiendo una pequeña rampa y se parquea en un garaje que más que un lugar para autos es una verdadera despensa, como esas que se ven en las películas gringas.

En un estante hay varios pares de botas -de caucho, cuero, de talle alto, bajo, ñatas, puntudas, pantaneras...-; un cuatrimotor, como de esos que corren el rali Dakar, aparcado en un extremo del cuarto; varias calaveras -de plástico supongo-, colgando de dos puertas; una bandera de E.U. y cuanto cachivache se pueda imaginar uno.

-Esta es la oficina de mi papá, cuenta Sabina con una sonrisa mientras intenta poner algo de orden, aunque allí “todo está controlado”, pues al fin y al cabo la vivienda la habitan mayores de edad.

-Es que viví mucho tiempo en Estados Unidos, pues fui militar del Ejército -teniente-, y me acostumbré a cacharriar con motos, mecánica, aunque debo reconocer que me lo tienen lleno de “basura”, advierte Gustavo, el padre de la menor de los Mazo Isaza, dedicado a la construcción.

-Aquí los niños son ellos, mis perros, agrega con firmeza Sabina, mientras señala a Caleta, Cosmo, Jefferson, Rosi y Gonorio, y habla de Kilo y Ruger, con los que juguetea y consiente todo el día.

Los dos últimos son dos bulldogs ingleses que aún no hacen su aparición en escena, pues el segundo por “pelión” -como asegura Norbey, una especie de mayordomo que hace de todo allí-, tiene su lugar especial y son los únicos con derecho a ingresar a la casa como si fueran de “mejor familia”. Y en efecto lo es. A diferencia de los otros -a los que su dueña califica de chanditas-, estos son de raza.

Es apenas la entrada de la moderna casa, donde sobresalen amplios ventanales de vidrio, cortinas largas y recogidas, piso liso y brillante, un salón enorme de estar, una cocina fantástica, donde la reina es Pilar, la empleada y quien acuciosa ofrece un jugo o hasta un desayuno completo.

Paraíso de la campeona

Tres habitaciones conforman este paraíso, como lo llama David González, el entrenador de la joven practicante de artes marciales mixtas, convertida en grata revelación del deporte de Antioquia este año. Una de ellas es el lugar de descanso de Sabina, bien iluminada y desde donde se divisa un bosque, casi encantado, por donde los perros andan a sus anchas.

Un retrato de mujer que González dice ser el de su pupila y pintado por una de sus tías, es lo único que cuelga de las paredes blancas. En la cama y en el piso aún hay peluches de niña, un pequeño televisor, un reproductor de música, un clóset lleno de ropa, zapatos y tenis, y un estante de piso.

-Aquí tengo toda mi vida, mis anécdotas, mi historia, dice ella, mientras esculca el cajón principal y empieza a sacar, como si se tratara de la manga de un mago, un par de vendas de puño ensangrentadas -son de sus peleas pasadas-, porque las conserva como recuerdo especial; las manillas de los eventos, dibujos en papel, una camiseta con manchas de sangre, el cinturón de campeona de jiu jitsu, las medallas de campeona de boxeo, afiches de sus peleas, recortes de periódicos, dos copas con más “pendejaditas” adentro.

Y el amuleto tailandés de protección que no es más que un cordón elaborado en tejidos y cuyo interior guarda un pedazo de piel de tigre y un escrito de buena energía que se lo trajo Eddie Vendetta, practicante colombiano de muay thai, radicado en Bangkok.

Habitantes de honor

Un raro chasquido se escucha en el piso de madera como si se tratara de una jauría que se aproxima, es el preludio del salto de un pesado bulldog que se me abalanza. Las uñas de Ruger rastrillan sin cesar mientras salta una y otra vez intentando alguna caricia como recompensa.

-No más Ruger, grita Norbey con insistencia. Tiene dos años y medio y es el hijo de Kilo con quien, asegura, también tiene amoríos. No se puede ver con Cosmo, un pastor australiano que mira con recelo fuera de la casa, mientras este bulldog de unos 35 kilos da vueltas y respira con dificultad.

Cada animal tiene su historia. Interesante incluso. Pero lo más llamativo es que esta familia, como lo expresa Clara, la madre de Sabina y Mariana, ama por igual a los canes. No en vano han pasado por allí más de 35 perros, desde chanditas hasta labradores y dálmatas, que han convertido parte del lugar en un verdadero “campo minado”, como califica David el popó regado por el piso.

Ruger es extranjero pues fue comprado en Nueva York. “Nos enamoramos de él al verlo en una vitrina”, relata Sabina.

-Nos encantan, son una gran compañía y lamentamos cuando son abandonados en las calles, por eso los adoptamos”, apunta Gustavo.

Caleta fue recogido durante un camping en Argelia, Antioquia, cuando se dieron cuenta de que un campesino quería desencartarse de él; Cosmo es el único sobreviviente de varios mastiff napolitanos que tenían; Jefferson es el tradicional perrito que ronda las construcciones y que se llevó Gustavo para la casa; Rosi y Gonorio son hermanos, los más pequeños y menos bulliciosos y que aparecieron luego de que Sabina, reversando un carro, golpeara al segundo.

-No significan esclavitud alguna para mí; mi pasatiempo favorito es jugar con ellos; son como mis amigos en la casa, expresa Sabina, quien incluso ofrece su cama para que Kilo y Ruger duerman a su lado.

-No convenimos con el maltrato a los animales, por eso hemos adoptado muchos, incluso se nos han muerto, pero siempre reciben nuestro cariño, señala Clara.

Afuera de la habitación y en una mesa delgada, convertida en una especie de altar, se aprecia un culto al Sagrado Corazón de Jesús, pues hay varias imágenes de él, en diferentes tamaños, que testimonian la religiosidad de esta familia, creyente y católica, ni fanática ni rezandera.

Ya en el “bosque”, el olor a naturaleza se siente y acoge. Todo es tranquilidad, libertad. Un sitio para desestresarse como afirma David. Un paraíso diría yo, al que ni siquiera le falta la vieja casita de muñecas que recuerda los años de niñez que pasaron Sabina y Mariana, jugueteando y haciendo pilatunas.

Atrás queda un pequeño zaguán donde un viejo sambag -saco de boxeo- es testigo de los inicios de Sabina, la monita de 1,75 metros de estatura, 60 kilos de peso promedio, piel blanca y rostro angelical, en los deportes de contacto.

Ese es el lugar de residencia de Sabina Mazo Isaza que, por su placidez y quietud, más pareciera ser un sitio de descanso para el alma y el cuerpo, donde la fiera que guarda en su interior reposa a la espera de un nuevo combate, este en el octágono de las artes marciales mixtas o en el ring de boxeo.

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