Los hinchas, las camisetas y las banderas verdes con blanco estaban por todos lados en Medellín. Se veían en los barrios de las comunas desde la mañana. En el metro, en las motos, en los carros que circularon por la Regional, por San Juan, por la calle Colombia, por la 73, desde el mediodía hasta que se terminó la tarde, en plena hora pico.
En la noche, antes de que empezara el partido contra Millonarios, hubo personas caminando de afán, algunas otras corriendo para no perderse ninguna emoción, por las calles del Obelisco, en la acera frente a la Avenida Centenario –por la entrada a la tribuna occidental del estadio–, en la Carrera 70 y la vía que rodea el Atanasio Girardot.
Afuera del escenario había aficionados paisas, que salieron temprano con sus familias desde municipios del Valle de Aburrá como Sabaneta, Envigado, Itagüí, Bello, Copacabana o Girardota para llegar a la unidad deportiva para tomarse una cerveza, comer algo, grabar videos para subir a las redes sociales.
Entre esos aficionados hubo algunos “caballeros” como Felipe Quiroz, que este miércoles desempolvó la camiseta de Nacional negra, de rayas verdes delgadas, finas, que se puso en la final de la Copa Libertadores de 2016 y que después no volvió a utilizar para que preservara lo sagrado, para recordar cada vez que la miraba el paroxismo que sintió hace siete años.
También había personas que viajaron, solo para ver la final de ida en el Atanasio, desde otras ciudades del país como Bogotá, Cali, Bucaramanga. Uno de ellos fue Gustavo Veláquez, un paisa que vive con su familia en la capital de Santander y decidió venir, a pesar de las dificultades que tuvo que sortear al momento de conseguir la boleta, para disfrutar de la fiesta del fútbol y ver al equipo que ama con una locura desmedida.
“Las boletas para las finales son difíciles de conseguir, hay que lucharlas mucho, pero todo esto vale la pena. Solo acá se pueden hacer cosas como pagar 5.000 pesos y tomarse una foto con el trofeo de la Copa Libertadores. Eso lo hace muy feliz a uno”, comentó Velásquez con una sonrisa que no se podía disimular, antes de entrar a la tribuna occidental del Atanasio.
Nacional desata locura
Pero a Nacional no solo lo vinieron a ver desde otras parte de Colombia. También hubo aficionados que viajaron desde otras partes del mundo para disfrutar de una final que, dicen algunos, difícilmente se vuelva a repetir en los próximos años.
Rosa, una antioqueña que vive en Estados Unidos, viajó el martes en la noche desde Nueva York con sus hijos Maximiliano (10 años) y Marco (7), para que ellos pudieran disfrutar la experiencia de vivir una final de Nacional en Medellín y que, de paso, conocieran un poco de la cultura paisa, en la que creció su mamá.
“A nosotros nos encanta el fútbol y somos muy hinchas de Nacional. Mi hijo mayor (que estaba muy emocionado) entrena en dos equipos en Estados Unidos. Hicimos todo este viaje porque se enfrentan los dos equipos más grandes de Colombia”, aseguró Rosa.
La locura que desata el cuadro verde también se apoderó de los extranjeros, casi todos gringos, monos, blancos, con la piel roja quemada por la exposición a los rayos del sol, que también llegaron al Atanasio después de comer mazorca, chorizos y chuzos en las calles.
Desde la mañana hasta la noche, a pesar de que el juego terminó empatado (0-0), Medellín se unió entorno a Nacional. Las banderas, las camisetas, la fiesta del fútbol, volverán a llenar la ciudad el sábado, así el verde juegue en Bogotá.